Aunque un entorno con poco oxígeno puede no causar molestias o alarma, el cuerpo detectará cualquier acumulación asociada de dióxido de carbono (lo que produce normalmente la respiración). Los niveles crecientes de dióxido de carbono provocan angustia, alarma y la sensación de “falta de aire”. Si uno coloca la cabeza dentro de una bolsa de plástico que contiene aire normal, respirará fácilmente y consumirá el oxígeno. Sin embargo, también se producirá un aumento correspondiente en el nivel de dióxido de carbono dentro de la bolsa. Cuando el cuerpo detecta este aumento de dióxido de carbono, el cerebro nos alerta enviándonos un mensaje de advertencia. La persona se alarmará y reaccionará jadeando, sintiendo que no puede respirar. Esta es la sensación conocida como “falta de aire”. Rápidamente se quitará la bolsa de la cabeza. Esta reacción se conoce como respuesta de alarma hipercápnica (alto contenido de dióxido de carbono).
Para asegurarnos de que el dióxido de carbono no se acumule en la bolsa, deberá producirse un flujo de gas dentro de la misma incluso cuando se tira de esta hacia abajo para introducir la cabeza dentro. Todo el dióxido de carbono exhalado puede irse eliminando a medida que el gas inerte va saliendo de la bolsa por la parte que rodea el cuello.
Para morir de forma apacible y por hipoxia, la denominada “hipoxia feliz”, se necesita un entorno con poco oxígeno (hipóxico) y poco dióxido de carbono (hipocápnico).
Nota: una vez se sugirió que se podría utilizar una bolsa de plástico en combinación con sedantes fuertes para acabar con la vida (no se requeriría gas). Se tenía la esperanza de que las drogas indujesen el sueño a medida que se agotase el oxígeno de la bolsa, y que la sedación fuera tan profunda que la respuesta de alarma del dióxido de carbono en aumento no volviese a despertar al sujeto profundamente dormido. Este enfoque ahora se considera arriesgado y con un resultado incierto, por lo que no es recomendable.