En Oregón, donde el suicidio asistido por un médico (SAM) es legal, se han encontrado síntomas de depresión en el 20% de los pacientes que solicitan un SAM (Batalla, 2003). Un estudio realizado en 1998 por la Oficina Australiana de Estadística informó que el 15% de los hombres y el 18% de las mujeres que se suicidaron habían recibido el diagnóstico adicional de un trastorno mental (ABS, 2000). En Exit argumentamos que los sentimientos de tristeza (a diferencia de la depresión clínica) son una respuesta normal al diagnóstico de una enfermedad grave.
Por eso, algunos estudios siguen considerando la tristeza como asociada a una enfermedad grave. No es preciso ser psiquiatra para aceptar la tristeza como una respuesta normal a una situación extraordinaria (Ryan, 1996). Asumir que el suicidio entre las personas ancianas o las personas que están gravemente enfermas es el resultado de la depresión u otras enfermedades psiquiátricas, significa adoptar, sin matizarla, una forma biomédica de ver el mundo. Somos capaces de hacerlo mejor.
Suicidio y depresión
El vínculo entre el suicidio y la depresión sigue siendo un tema controvertido con millones de dólares de fondos públicos dedicados a sensibilizar a la comunidad sobre el suicidio, especialmente entre los jóvenes y algunos grupos minoritarios (por ejemplo agricultores). Y no puede haber ninguna duda: las personas que sufren depresión clínica están claramente en riesgo de suicidio. Los estados depresivos graves pueden privar a una persona de la capacidad de tomar decisiones racionales y precisar atención y tratamiento hasta que de nuevo sea capaz de recuperar el control. Sin embargo, la enfermedad de tal gravedad no es común y no debe atribuirse al grupo más numeroso de personas que muestran signos ocasionales de depresión pero que tienen pleno dominio de sus acciones.