El médico elige también el lugar de la muerte. No es frecuente que una eutanasia lenta se realice en casa del paciente. Habitualmente ocurre en una institución, por lo común un hospital o una unidad de enfermos terminales.
En una institución, es un equipo el que atiende al paciente y pueden participar varios doctores en el persistente aumento de la morfina. Esto enturbia todavía más la relación de causa-efecto y lo hace todo más seguro para el equipo médico involucrado. Aunque la eutanasia lenta pudiera tener lugar en casa del paciente, en la práctica presenta muchas dificultades logísticas. El doctor debería hacer muchas visitas, incluso varias al día para facilitar el persistente aumento del fármaco.
También se requieren cuidados de enfermería; un paciente inconsciente debe ser movido regularmente y observado constantemente para asegurarse de que el flujo de medicinas no se interrumpa. A menudo este es un momento extremadamente difícil para las personas cercanas al paciente ya que se hacen partícipes de esta muerte lenta y deliberada.
Por esas razones, pocas son las personas que optan por la eutanasia lenta como su elección preferida para una muerte sosegada y digna. Comúnmente es una opción desesperada para cuando hay pocas alternativas. En esas circunstancias extremas si un médico ofrece ayuda (habitualmente asintiendo con la cabeza, o un guiño cómplice), los pacientes se agarrarán a la oportunidad, razonando correctamente, que eso es mejor que nada. Los que se quedan ven esto como un ejemplo de un médico ayudando a alguien a morir, y conduce a la frecuente opinión de que no se necesita legislar sobre la eutanasia. La gente dice “No veo por qué tanta controversia sobre la eutanasia voluntaria –que es lo que ocurre siempre– si los médicos ayudan siempre a la gente a morir”.