Con su silencio contestó a mi pregunta y continuamos hablando de otros medicamentos disponibles pero menos efectivos.
Tras la visita, dejé la habitación y fui a la cocina a tomar una taza de té con Esme, la esposa de Harry. “Cuando ha mencionado lo de conocer a un veterinario”… mencionó. La miré sin comprender su frase. Ella continuó: “Bueno, yo conocía muy bien a un veterinario”. Esperé sin saber cómo iba a continuar. Prosiguió. “Tiempo atrás tuve una aventura con un veterinario. Mi esposo no sabe nada y no quiero que lo sepa. ¡Pero el veterinario me debe varios grandes favores y voy a pedir que me los devuelva!”
Unas semanas después, Harry murió debido a su enfermedad. Supe que Esme pidió al veterinario la devolución de sus favores obteniendo un frasco de 100 ml de Nembutal líquido. Me dijo que el frasco había estado en la habitación con Harry durante sus últimas semanas y que él se sentía inmensamente reconfortado de tenerlo ahí. Cada nueva mañana tenía la seguridad de saber que si el día se hacía demasiado difícil podía irse en cualquier momento. De hecho, la sola presencia del medicamento prolongó la vida de Harry.
El número de personas que tienen como mejor amigo a un veterinario dispuesto a arriesgarse a ir a la cárcel por ellas es muy reducido. Solo en un puñado de ocasiones he visto proporcionar ayuda de este modo y Harry fue uno de ellos. Tal vez debería reformular la pregunta a los pacientes y preguntarles: “¿Ha tenido usted alguna vez una aventura con un veterinario?” Cuando conté esta historia en una reciente reunión pública, una mujer mayor exclamó: “Ojalá me lo hubiera contado hace 40 años”.