Hace un siglo, cuando la esperanza de vida era de unos 25 años menos de lo que es hoy en día, pocas personas tenían la oportunidad de reflexionar sobre cómo podrían morir. Entonces la gente era mucho más propensa a morir de forma rápida o sin previo aviso. Por ejemplo, hace cien años, las enfermedades infecciosas eran comunes. La gente se consideraba afortunada si aún estaba viva al llegar a la cincuentena. La generalización de las medidas de salud pública tales como alcantarillado, redes hídricas, una buena vivienda y, por supuesto, la introducción de los antibióticos modernos han desempeñado su papel en la reducción en gran medida del número de víctimas de enfermedades infecciosas.
En los tiempos modernos, los que viven en los países occidentales desarrollados tienen una esperanza de vida de 75 a 80 años. Hoy día, en los países industrializados, vamos a ser más propensos a sufrir enfermedades y discapacidades que eran poco frecuentes en épocas anteriores. Mientras que la vejez no es en sí una enfermedad física grave, el deterioro gradual del propio cuerpo con la edad conduce a una disminución casi inevitable en la calidad de vida de una persona.
Por todo esto, vemos el tema de la decisión sobre la propia muerte como una preocupación cada vez más común para muchas personas de edad avanzada. Los seminarios de Exit están llenos con meses de antelación porque las personas ancianas buscan respuestas prácticas a sus preguntas sobre sus opciones para el final de su vida. Aunque son pocos los que asisten a estos actos con la intención de morir en un futuro próximo, la mayoría ve inevitable la necesidad de organizar y planificar este acontecimiento.
Así como muchos de nosotros planeamos otros aspectos asociados a morir (por ejemplo, todos redactamos un testamento,