Prólogo
La adicción es algo terrible. Nos consume y nos controla, nos hace negar
verdades importantes y no nos permite ver las consecuencias de nuestros actos.
Nuestro mundo es víctima hoy de una grave adicción al carbono.
El progreso industrial del mundo desarrollado fue impulsado por el carbón y
el petróleo. Los países que se encuentran en un rápido proceso de desarrollo
han optado por la misma fuerza impulsora en su afán por conseguir iguales
niveles de vida. Al mismo tiempo, en los países menos adelantados los pobres
no tienen más opción que recurrir a fuentes de energía aun menos sostenibles,
como el carbón vegetal.
La dependencia de la energía basada en el carbono ha producido una acumulación
considerable de gases de efecto invernadero en la atmósfera. El año pasado, el
Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por
sus siglas en inglés), galardonado con el Premio Nóbel, desmintió para siempre
a los escépticos que negaban el calentamiento de la atmósfera. Sabemos que
el cambio climático es una realidad y sabemos que lo causan las emisiones de
dióxido de carbono (CO
2
) y otros gases de efecto invernadero.
El uso de combustibles fósiles no es la única fuente de carbono. En los trópicos
se están talando valiosos bosques para la producción de madera y papel, para
crear tierras de pastoreo y terrenos cultivables y, cada vez más, para dar lugar a
plantaciones a fin de atender a la demanda creciente de biocombustibles. Esta
nueva manifestación de nuestra adicción al carbono no sólo libera gran cantidad
de CO
2
, sino que también destruye un recurso valioso para la absorción del
carbono de la atmósfera, lo que incrementa la contribución al cambio climático.
Las consecuencias ambientales, económicas y políticas del calentamiento de
la atmósfera son profundas. Los ecosistemas, de las montañas a los océanos,
de los polos a los trópicos, están cambiando rápidamente. Las ciudades de las