Los registros también clarifican la propiedad del bono, ya que una vez certifi-
cado, se le asigna un número de serie. Cuando se vende, el número de serie y
“crédito” de la reducción se transfiere de la cuenta del vendedor a la del compra-
dor. Si el comprador utiliza el crédito como bono de sus propias emisiones, el
registro retira el número de serie para que no pueda volverse a vender.
¿Una manera económica de librarnos de nuestros pecados?
Los bonos conllevan varios pros: conciencian al ciudadano, promueven las tec-
nologías sostenibles (por ejemplo, financiando proyectos de energía renovable)
y ofrecen beneficios de desarrollo a las comunidades locales. Sobre todo, en el
caso de emplearse correctamente, reducen las emisiones de GEI. Pero también
hay inconvenientes inevitables y los bonos de carbono tienen adversarios de-
terminados, los cuales aseguran de que es una manera fácil y barata de acallar
la voz de la conciencia sin hacer nada en realidad. Si simplemente pagamos
un poco por la promesa de una futura inocencia climática, no será suficiente
para persuadirnos de reducir nuestras emisiones de aquí y ahora. Incluso si
la cantidad total de emisiones se redujera gracias a los bonos, las estructuras
vinculadas a las emisiones generadas no mejorarían (por ejemplo, un sistema
de transporte público ineficiente). La desigualdad entre aquellos que pueden
permitirse emitir GEI y aquellos que no, es otra de las críticas a las que se en-
frentan los defensores de los bonos de carbono. El proyecto Carbon Trade Watch
(www.carbontradewatch.org) los describe como “indulgencias del mundo ac-
tual, vendidas a un público cada vez mas concienciado para que absuelva sus
pecados climáticos”.
¿Y qué pasará con el futuro valor contable? Esta es la pregunta que se plantea
cuando se vende un bono que tardará en actuar y, por lo tanto, en reducir las
emisiones. El comprador puede pensar, equivocadamente, que ya ha compen-
sado sus emisiones. Y cuanto más tarde el proyecto en reducirlas, más posibili-
dades habrá de que algo vaya mal y que nunca se consigan contrarrestar.
Con el fin de refutar esos argumentos, los defensores de los bonos explican que,
comparados con las indulgencias, los bonos son más que meras promesas en
papel y que realmente ayudan a combatir el cambio climático. Y dado que exis-
ten objetivos de emisiones vinculantes, si aumenta el precio de los bonos como
consecuencia del crecimiento de la demanda y del desarrollo económico, redu-
cir nuestras propias emisiones resultará mucho más atractivo. Quizás no inme-
diatamente, pero sí tarde o temprano (en el caso en el que todos participemos).
DEJE EL HÁBITO el CiClo : CoNtRARReStA 161