EL PROFESIONAL OPINA
par su magnitud, pero sólo reaccionar ante la realidad de los daños causados. Los desastres son la forma en que la naturaleza le dice ¡memento mori! (re- cuerda que eres mortal) al arrogante “rey de la creación”. Porque de lo único que se puede tener certeza es que van a causar daños, de tal suerte que existe una evidente necesidad de planes para aminorarlos y reducir en la medida de lo posible sus secuelas sobre la población a través de programas para el manejo de emergencias. En este aspecto existe un problema
de fondo en la elaboración de los planes de emergencia, y es que parten del su- puesto de que existirá una estructura de servicio para atender a los lesionados, cuando la realidad es que muy probable- mente parte de dicha estructura puede haber quedado destruida. Realidad que se ha hecho manifiesta en desastres como los del terremoto de México en 1985, el tsunami de Indonesia en 2004, el huracán Katrina de Nueva Orleans en 2005, los terremotos de Chile y Haití en 2010, y el más reciente sismo y tsunami de Japón en marzo de este año, cuando la estructura de los servicios de emer- gencia resultó dañada, y por ende colap- sada su capacidad de respuesta. Las experiencias vividas en Japón
por el sismo del pasado mes de marzo mostraron que aun entre las sociedades supuestamente más preparadas para en- frentar un desastre natural, el colapso f ísico de la estructura de servicios anula cualquier previsión para auxiliar a la po- blación y la deja a la deriva, lo que a su vez puede llevar al colapso funcional de la estructura de servicio que haya que- dado utilizable ya que seguramente su capacidad será rebasada ante la llegada masiva de todo tipo de lesionados, des- de crisis histéricas hasta lesiones críti- cas. Todo ello en medio de un ambiente de fuertes alteraciones emocionales, desde el pasmo individual hasta la histe- ria colectiva. El escenario en una crisis provocada
por un desastre natural es que la capa- cidad de servicio de la infraestructura sobreviviente será rebasada por la de- manda de los lesionados que acudirán a pedir ayuda, con la probabilidad de que los primeros que lleguen sean los de me- nor gravedad ya que se pueden despla- zar más rápidamente o ser trasladados con menor dificultad, y que a pesar de los mecanismos de selección para su ad- misión (triage), pudieran agotar las es- casas facilidades y recursos de atención disponibles, tales como camas, vendas o medicamentos, antes de que lleguen los
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lesionados de mayor gravedad que ten- drían mayor dificultad para desplazarse o ser trasladados.
RESPUESTA DE MÉXICO ANTE UN DESASTRE
Ante este tipo de escenario la respues- ta obvia es desplegar una capacidad de asistencia que pueda seguir funcionan- do a pesar del colapso de las estructuras institucionales. Guillermo Prieto en su tiempo señalaba que el pueblo mexica- no era capaz de salir siempre adelante con sus líderes, sin sus líderes o a pesar de sus líderes. Y esto quedó plenamen- te demostrado en los sismos de 1985 en que ante el colapso de las estructuras y los liderazgos institucionales, y sin nin- guna preparación “técnica” en materia de manejo de desastres, la población se organizó espontanea y solidariamente para rescatar y atender a sus heridos. Por ello se puede decir que “la respuesta está en la gente”. Respuesta que puede representar
un cambio innovador, de fondo, en la concepción de los planes de emergen- cia, y que consiste en desplegar entre la población una capacidad de autosufi- ciencia para prestar auxilio en caso de desastres. Lo que implica ir más allá de los formatos actuales que se orientan a la organización de la población para ser evacuada de las zonas de riesgo, con un enfoque pasivo, y reenfocarlo a una for- ma más proactiva. Una capacidad de au- tosuficiencia para proporcionar asisten- cia a los lesionados de menor gravedad que permita aliviar la demanda hacia los
centros de emergencia, que así podrían dedicar su capacidad a los lesionados de mayor gravedad. Para el desarrollo y despliegue de esta
capacidad se puede aprovechar a las or- ganizaciones y programas sociales exis- tentes, como las corporaciones de segu- ridad pública y las fuerzas armadas, que representan una fuerza inicial de 600 mil efectivos, a la que podría agregarse un estimado anual de alrededor de 800 a 900 mil elementos del servicio militar. Otra vertiente aprovechable es el magis- terio que sólo a nivel federal presume de contar con un millón de agremiados, de tal suerte que con los contingentes esta- tales podría integrarse una fuerza de en- tre 1.5 y 2 millones de elementos, lo que proyecta una capacidad de respuesta de un elemento de asistencia por cada 30 ó 40 habitantes.
PARTICIPACIÓN
CIUDADANA UNA POSIBLE SOLUCIÓN
Y esta capacidad de respuesta se podría ir incrementando gradualmente a tra- vés de la integración de las organizacio- nes sociales incluso hasta los estratos vecinales, a fin de llegar al nivel ideal de colocar un recurso de asistencia dentro del “tiempo dorado” de cuatro minutos para atender una emergencia médica grave, como un paro cardio- respiratorio o una hemorragia arterial en cualquier lugar, en cualquier mo- mento. Capacidad que sería útil no úni- camente en los grandes desastres, sino incluso en las emergencias puntuales
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