INGRESOS MAYORES Y CONSUMO INSOSTENIBLE DE RECURSOS. El rápido crecimiento económico de algunos países en desarrollo a lo largo de las décadas recientes ha dado cabida al surgimiento de una clase media relativamente acomodada y, por lo general, de extracción urbana, que se estima en unos 2.000 millones de personas (Court y Narasimhan 2010). A pesar de que el progreso económico resulta loable, sus impactos en el uso de los recursos naturales son sustanciales. Las poblaciones más adineradas y urbanizadas han hecho la transición hacia dietas más diversificadas, aumentando su consumo no solo de carne, sino de vegetales y azúcares, todo lo cual requiere mucha más agua y energía por unidad calórica producida. Los estilos de vida en países industrializados se caracterizan particularmente por el uso excesivo de recursos tanto renovables como fósiles. Además, los beneficios del crecimiento económico no han
llegado a todos: a pesar del descenso general de los niveles de pobreza global, el número de personas que viven con $1,25 a $2 por día casi se duplicó entre 1981 y 2008, pasando de 648 millones a 1.180 millones de personas en ese período. La tasa de crecimiento en el número de personas que ganan más de $2 por día se ha hecho más lenta (Chen y Ravallion 2012). En algunos países y regiones, estas personas se hallan atrapadas en espirales descendentes de pobreza extrema, con escasas perspectivas de actividad económica y con recursos naturales degradados o no disponibles.
POLÍTICAS DEFICIENTES E INSTITUCIONES DÉBILES. El cambio demográfico y el crecimiento económico son los determinantes principales de la escasez de recursos naturales, pero el futuro de la seguridad de las tierras, del agua y de la energía será decidido mediante las políticas e instituciones relacionadas con la agricultura, el clima, la energía, la ciencia y el comercio (Ringler, Biswas y Cline 2010). Un área importante para dichas políticas —los biocombustibles— se discute brevemente para subrayar los problemas mucho más amplios que hay detrás de este tópico. Cierto número de factores ha determinado el interés por los
biocombustibles como fuente renovable de energía. Entre ellos cabe citar los mayores precios que surgen como resultado de una mayor demanda de energía, las preocupaciones acerca del cambio climático, el deseo de reducir la dependencia de fuentes de energía importada, y el potencial que encierran para el crecimiento rural y la generación de empleo (Ewing et al. 2010; Kammen 2006). Sin embargo, las políticas relativas a los biocombustibles han acarreado una presión creciente sobre las tierras y el agua. Dado que los biocombustibles aún no son económicamente viables, es típico que las políticas sobre este tema incluyan exenciones fiscales para las refinerías que se combinan con subsidios para las materias primas y metas de consumo o mandatos de biocombustibles en el sector de los transportes. Tales mandatos han generado inversiones a gran escala y una gran expansión en las áreas de siembra de cultivos para producir biocombustibles. Si estos mandatos se satisficieran solamente con materias primas producidas internamente, se requeriría por ejemplo que un 30% del área agrícola de los EE. UU. se dedicara a producir combustibles para el transporte; en el caso de Europa, el porcentaje sería del 72% (Ewing et al. 2010). Se estima que la demanda creciente de biocombustibles durante el período 2000-2007, en comparación con las tasas de crecimiento anteriores, fue responsable de un 30% del incremento observado en los promedios ponderados de los precios de los granos durante este período, ocasionando un aumento importante en el número de niños y
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niñas malnutridos (Rosegrant 2008; Rosegrant et al. 2008a). Además, se ha cuestionado el ahorro neto real de carbono de los biocombustibles de primera generación, particularmente cuando se consideran los cambios de uso de la tierra inducidos por su producción (Searchinger et al. 2008), y los impactos crecientes tanto sobre la calidad como la cantidad del agua, que pueden ser significativos, están aumentando (Moraes, Ringler y Cai 2011).
Evidencia de la escasez de recursos naturales ENERGÍA. Los precios globales de la energía han aumentado significativamente en años recientes y se proyecta que continuarán en alza, aunque más lentamente. Si las políticas actuales continuaran vigentes, la Agencia Internacional de la Energía proyecta un aumento en los precios reales del petróleo crudo desde $78 por barril en 2010 hasta $140 en 2035. Esto representaría un 2,4% de incremento anual. Si se realizaran inversiones agresivas en fuentes alternativas de energía, los aumentos en el precio del petróleo serían algo menores (IEA 2011). Los precios en alza de la energía afectan a la agricultura de
varias formas. Los precios más altos de la energía hacen que los biocombustibles sean más rentables, aumentando así la demanda de tierras agrícolas para convertirlos en campos de producción de cultivos para biocombustibles. Al mismo tiempo, los precios crecientes de la energía aumentan los costos de los productores agrícolas, debido especialmente a que el sector utiliza energía cada vez más intensivamente. Por ejemplo, los productores utilizan diesel y gasolina para labranza, siembra, transporte y cosecha. También utilizan electricidad, gas licuado de petróleo, gasolina y gas natural para regar sus campos, para operar instalaciones de producción ganadera, avícola y lechera, y para procesar y almacenar productos básicos perecederos (USDA 2006). Otro costo importante en energía es el uso de fertilizantes. De acuerdo con Pimentel (2006), la producción agrícola convencional en los Estados Unidos utiliza aproximadamente 1.000 litros de energía fósil por hectárea, divididos en proporciones similares entre fertilizantes a base de petróleo, mecanización y otras actividades e insumos tales como los plaguicidas. Desde una perspectiva más amplia, el precio de la energía influye en los precios de los insumos, el agua, el transporte y la comercialización, todo lo cual afecta a la producción agrícola y a los precios de los alimentos. La participación de la energía en los costos de los productores
agrícolas varía de forma significativa dentro de los países y entre estos. Entre los cultivos producidos en los Estados Unidos, la participación de la energía representó desde alrededor del 55% de los costos totales de explotación para el trigo hasta el 20% para el algodón en 2004 (USDA 2006). La energía abarca una proporción menor de los costos de los productores agrícolas en los países en desarrollo, pero dicha proporción ha venido creciendo conforme las actividades agrícolas en esos países incrementan su uso de tecnología y se mecanizan más. En Viet Nam, por ejemplo, la energía representó un 18% de los costos totales de explotación en el caso del maíz en el año 2000 (IFPRI 2001). Estimaciones más recientes muy probablemente mostrarán contribuciones mayores de la energía al costo total de producción. Debido al costo creciente de la energía, los productores de
sistemas agrícolas intensivos verán subir los costos de producción, transporte y procesamiento de los productos básicos agrícolas. Estos costos mayores inducirán a los productores agrícolas a optar por cultivos que utilizan la energía menos intensivamente. Al mismo tiempo, las prácticas agrícolas que ahorran energía, tales como la labranza de
Seguridad alimentaria sostenible en situaciones de penuria de tierras, agua y energía | Capítulo 03 | Índice Global del Hambre 2012
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