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SEGURIDAD ALIMENTARIA SOSTENIBLE EN SITUACIONES DE PENURIA DE TIERRAS, AGUA Y ENERGÍA


En la búsqueda del desarrollo agrícola y económico, por lo general solo a última hora se ha puesto atención a la escasez y a la degradación de los recursos naturales. La tasa de crecimiento del consumo, incluso más que el crecimiento de la población, ha resultado difícil de reducir y ha puesto a prueba nuestra capacidad de satisfacer las necesidades básicas de la gente más vulnerable (Ehrlich, Kareiva y Daily 2012), ejerciendo presión sobre los recursos y restringiendo el acceso de los pobres a tales recursos debido a su precio. Los sucesos recientes en los sectores relacionados con las


tierras, el agua y la energía han hecho sonar alarmas. La cruda realidad es que necesitamos producir más con menos, eliminando a la vez las prácticas y políticas derrochadoras. En otras palabras, necesitamos un nuevo modelo socioeconómico que sea sostenible y que dé prioridad a las personas pobres y marginadas. El aumento de precios de los alimentos es una señal de la


necesidad de un nuevo modelo. Los precios subieron casi un 40% en 2007 y subieron aún más en 2008, empujando a unos 130–155 millones de personas hacia la extrema pobreza. Durante el mismo período, el número de niñas y niños que sufrió daños cognitivos y físicos permanentes debido a la malnutrición pudo haber aumentado en 44 millones (Banco Mundial 2009). Los precios de los alimentos se dispararon nuevamente en 2011 y también en 2012 y es poco probable que, en el futuro previsible, bajen hasta los niveles logrados a inicios y mediados de la década de 1990. Además de los aumentos en el precio de los alimentos, la volatilidad de tales precios afecta tanto a los consumidores como a los productores pobres alrededor del mundo (von Grebmer et al. 2011). Las formas en que utilizamos las tierras, el agua y la energía


juegan un papel significativo en la cambiante economía mundial de los alimentos. El número de transacciones nacionales e internacionales de tierras agrícolas se ha disparado en los últimos cinco a 10 años en parte como respuesta a las escaladas de precios de los alimentos (Anseeuw et al. 2012a, b). Muchos de los arrendamientos de tierras y otros acuerdos similares se han concentrado en el África Subsahariana,


donde rentar tierra resulta más barato y donde los sistemas regulatorios son más débiles. Aun más, dichas transacciones de tierras son más frecuentes en los países con altos valores de GHI. A medida que aumenta la demanda de tierras, la degradación continua de las tierras presenta retos. Los elevados precios del petróleo también han contribuido tanto con los altos precios de los alimentos como con el empuje observado en las inversiones en tierras en los países en desarrollo, particularmente para la producción de biocombustibles de primera generación (Anseeuw et al. 2012b). El rápido crecimiento de la demanda doméstica e industrial de agua —resultado del crecimiento poblacional y económico, de la creciente urbanización y de los cambios asociados en el estilo de vida— así como el cambiante clima, la variabilidad creciente en los patrones de precipitación y los niveles crecientes de contaminación del agua, han aumentado la escasez de agua a lo largo de buena parte del mundo en desarrollo, en especial en los países emergentes (Rosegrant, Ringler y Zhu 2009). La contaminación del agua y el acceso deficiente al saneamiento, especialmente en el África Subsahariana y Asia meridional, contribuyen a la contaminación de los alimentos y del agua potable y propician enfermedades diarreicas, una importante fuente de enfermedades y muerte infantiles en el mundo en desarrollo. La necesidad de mayor inversión para alcanzar la seguridad del agua ha sido reconocida, por ejemplo, por China, que planea invertir $630.000 millones, una suma sin precedentes, en conservación de recursos hídricos durante los próximos 10 años (Huang 2012). Como resultado del crecimiento económico y poblacional es


posible hallar poblaciones más ricas, tanto en los países desarrollados como en el mundo en desarrollo, viviendo al lado de casi 1.000 millones de personas alimentariamente inseguras y de 2.000 millones de personas afectadas por deficiencias de micronutrientes. En general, se dan niveles elevados de hambre en aquellos países y regiones donde los derechos de acceso y propiedad relativos al agua y las tierras y son limitados o están en disputa, y donde las fuentes modernas de energía y el acceso al saneamiento se hallan subdesarrollados (véase la Figura 3.1).


FIGURA 3.1 CONSUMO DE ENERGÍA Y ACCESO A SANEAMIENTO Y ALIMENTOS POR REGIÓN


100 90 80 70 60 50 40 30 20 10 0


Acceso a saneamiento Acceso a alimentos Consumo de energía


10.000 9.000 8.000 7.000 6.000 5.000 4.000 3.000 2.000 1.000 0


Asia meridional África Subsahariana


América Latina y el Caribe


Oriente Medio y Norte de África


Asia oriental Países de la OCDE


Fuentes: Acceso a alimentos: basado en los niveles de malnutrición infantil calculados a partir del Modelo Internacional para Análisis de Políticas sobre Productos Agrícolas y Comercio (IMPACT, por sus siglas en inglés) del IFPRI (Rosegrant et al. 2008b); acceso a saneamiento y consumo de energía: Banco Mundial (2011b).


Índice Global del Hambre 2012 | Capítulo 03 | Seguridad alimentaria sostenible en situaciones de penuria de tierras, agua y energía 23


Proporción de la población con acceso a saneamiento y alimentos (%)


Consumo de energía per cápita (kilowatt hora)


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