que tienen disponible para ofrecerle, por lo regular con información matizada y/o limitada por intereses de índole política en el primer caso, y de comercialización en el segundo. En consecuencia, su capacidad de va-
loración y eventual elección de solucio- nes para sus propias necesidades parti- culares está fuertemente limitada, tanto por su propia impericia técnica como por la insuficiencia de los referentes ex- ternos, lo cual conlleva a una toma de decisiones con alto potencial de errores.
EL PANORAMA DE ERRORES
El aspecto fundamental y que suele ser el origen de todos los problemas para el ciudadano común es su incapacidad para reconocerse como su principal fuente de peligros, por una forma del fenómeno de ceguera de taller que le di- ficulta percatarse de todo el cúmulo de errores, omisiones y descuidos en que incurre en sus rutinas cotidianas, y que abren amplias y diversas oportunidades para ser víctima de toda clase de riesgos, lo que equivale a dar la ocasión que pre- cisamente busca o espera el ladrón. Oportunidades que se materializan
como eventos cuyo origen puede ser de índole accidental (no evitables, porque se derivan de causas no controlables), incidental (evitables, porque se derivan de causas controlables) o intencional (no evitables, porque se derivan de cau- sas no controlables, pero que es posible dificultar). La razón de esta incapacidad radica
precisamente en la impericia técnica inherente a su condición de no profe- sional en la materia, aunada a un desco- nocimiento, poca familiaridad y escasa empatía de sus rutinas cotidianas con la filosofía de las prácticas de seguridad, para lo cual las soluciones típicas suelen conformarse como conjuntos de me- didas de autoprotección que adolecen precisamente del inconveniente antes descrito, ya que son adicionales, ajenas y no empáticas con el perfil de las ruti- nas cotidianas, de tal manera que por lo regular inducen condiciones de incomo- didad, angustia y estrés en las personas, lo que no sólo les dificulta su puesta en práctica de manera efectiva, sino que incluso llegan a producir precisamente el efecto contrario y llamar la atención a los delincuentes que siempre están a la caza de posibles blancos. Otra cuestión muy común suele deri-
varse de un error combinado de sobres- timar al amigo y subestimar al enemigo, al recurrir a medidas de autoprotección
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que se pueden calificar como activas, tales como el adiestramiento en técnicas de defensa personal y artes marciales, incluso a niveles de alto rendimiento, así como el uso de armas, letales o no leta- les. El problema en este caso también radica en la condición no profesional del ciudadano común, que para la vertien- te de las técnicas de defensa personal y artes marciales suele adiestrarse en con- diciones favorables para evitar lesiones, comúnmente de tipo competición de- portiva, lo que dif ícilmente ocurre en una situación real de confrontación, bajo condiciones hostiles y con un adversario dispuesto incluso a asesinar. Situación similar que ocurre pero con condiciones más extremas, en lo que se refiere al uso de armas, en particular letales. En este caso es importante no perder
de vista que el delincuente es un profe- sional en toda la línea, que no sólo se prepara f ísica, mental y emocionalmen- te para la confrontación f ísica, con o sin armas de todo tipo y por lo general en condiciones de abrumadora superiori- dad, sino que además no tiene ningún escrúpulo en causar lesiones a sus víc- timas, incluso fatales, condición que el ciudadano común por lo regular no llega a desarrollar. Más aún, si los mis- mos profesionales de las corporaciones de seguridad pública, de procuración de justicia e incluso de las fuerzas armadas, con toda su preparación, equipamiento y apoyo institucional, llegan a encarar muchas dificultades al enfrentar a las fuerzas de la delincuencia, ¿cuáles son
las posibilidades reales de un ciudadano común para tener éxito al enfrentar a un delincuente profesional? Una vertiente de creciente popu-
laridad es la adquisición de equipos de protección, tales como sistemas de protección perimetral, de alarmas, y de videovigilancia, y en círculos con cierto nivel socioeconómico de solvencia, de prendas y vehículos blindados e incluso la contratación de servicios de protec- ción personal o guardaespaldas. En este contexto el problema radica en un fenó- meno similar al anterior, de sobrestimar las capacidades y subestimar las limita- ciones de los recursos, y perder de vis- ta que éstos no son más que una herra- mienta que ayuda a hacer el trabajo, pero que no hace el trabajo. Así, una barrera perimetral dificulta un acceso no autori- zado, pero no le impide a un intruso de- cidido a penetrar; un sistema de alarma avisa que algo pasó, pero no la causa, y un sistema de videovigilancia muestra lo que pasa, pero no puede impedirlo.
LA PERSPECTIVA DE LAS REALIDADES
Aun cuando la cruda e inflexible reali- dad apunta a que no existen panaceas para los problemas de seguridad, en la práctica es posible establecer soluciones razonablemente efectivas para hacer frente a los riesgos con alguna perspec- tiva de éxito. Todo es cuestión de visua- lizar y valorar con la mayor objetividad y frialdad posible el panorama de facti- bilidad (lo que es posible) y viabilidad
Foto: Luis Faubet
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