Campañas Negativas, Negras y Guerra Sucia
estratega de campaña cambia por completo. En las democracias modernas no hay lugar para ganar a como dé lugar: la globalización, interacción de los mercados, desarrollo de mecanismos de control y certificación internacionales, así como la creciente participación de los ciudadanos en las decisiones –y sanciones- de cada gobierno, obligan a que la cam- paña electoral sufra un cambio de objetivos. No se trata solamente de conseguir el gobierno, sino de conseguir la gobernabilidad. De nada sirve la obten- ción del poder si el ganador no será capaz de ejercer- lo. El estratega de campaña no puede limitar sus fun- ciones a sentar a su cliente en La silla o poner en sus manos el bastón de mando: debe de asegurarse de que las decisiones que fueron tomadas a lo largo de la campaña permitan que el candidato ganador lleve a buen término su gobierno. Un consultor que pro- ponga como solución universal una campaña negra estará primando el hoy sobre el mañana: resultados electorales sin reflexionar en la viabilidad de un go- bierno real, en el que el vencedor tendrá que mirar todos los días, a los ojos, a quienes injurió para ocu- par esa posición. Y no sólo mirarlos a los ojos: tendrá que negociar con ellos. Y ahí es donde se pagan las facturas de las campañas mal asesoradas. La campaña negra despierta la apatía del ciuda-
dano, genera encono entre los partidarios y debilita a las instituciones. Mina la gobernabilidad del ven- cedor y complica la formación de gobiernos. Borra los espacios comunes y en general es costosa para el país no sólo por los recursos invertidos, sino por el tiempo que tarda en recuperarse la normalidad, no sólo entre los contendientes sino entre los integran- tes del mismo partido: es común ver cómo una cam- paña negra intensa genera desconfianza y división entre los mismos partidarios. La campaña negativa, por el contrario, si es ma-
nejada con prudencia y decisión, puede cambiar el rumbo de una elección. Es posible hacer énfasis en factores que escapan a primera vista del electora- do, y llevar al rival a los terrenos en los que se siente menos seguro. Es importante conocer a detalle los puntos débiles del candidato para poder, así mismo, defenderse de las campañas negativas del adversa- rio, y conocer no sólo cuáles son los límites que no se pueden cruzar sino aquellos que no se puede permi- tir sean transgredidos. En el pasado, defenderse de una campaña negra
La campaña negra despierta la apatía del ciudadano, genera encono entre los partidarios y debilita a las instituciones. Mina la gobernabilidad del vencedor y complica la formación de gobiernos.
era una labor relativamente sencilla pero de resulta- dos inciertos. Consistía en acumular la mayor canti- dad de información sobre el rival: mientras más com- prometedora, y sucia, mejor. Como en las antiguas batallas navales, una vez que un barco estaba frente al otro, se trataba de usar toda la artillería contra el rival, esperando que él otro fuera más débil. Una labor en la que, como es fácil suponer, nadie salía ganando. Hoy en día, las estrategias deben de cambiar. La
ciudadanía está reclamando más participación, un lu- gar preeminente en las contiendas, que no se limite a acudir a las urnas. A ella debe recurrirse: mientras más cercanos estén los partidos a la ciudadanía, y la involucren en sus procesos decisivos y de selección, mayor será el blindaje con el que se cuente en contra de una campaña negra. El candidato que cuente con la confianza de la ciudadanía tendrá una vacuna na- tural contra la polarización, y en un último caso será más creíble de tener que salir a dar explicaciones. De igual manera, mientras más se fortalezca a la autori- dad electoral y al proceso en su conjunto, la campaña negra no encontrará un terreno fértil. La lucha contra la campaña negra, que puede surgir en cualquier mo- mento y de cualquier lado, incluso de forma interna, debe de darse no desde que empieza la campaña, sino desde que ésta comienza a ser planeada. En conclusión, la decisión sobre si hacer uso, o no,
de una campaña negra no puede darse a priori. No es solamente una cuestión de ética profesional, sino también una de practicidad: llevando el ejemplo al absurdo, un médico responsable no recomendaría la amputación de una pierna para curar la luxación de un tobillo. Podría hacerlo, pero debe de estar consciente de que el paciente tendrá que vivir su vida entera asu- miendo las consecuencias de sus decisiones.
Victor Beltri es consultor político
contacto@victorbeltri.com Twitter: @vbeltri
Septiembre 2011 Campaigns&Elections 25
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