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ÁFRICA SCIENTIA no. 1 / JULIO-AGOSTO 2012


necesitaba un pase especial para transitar por cier- tas calles, pero donde se convirtió en imprescindible que las mujeres negras cuidaran a los hijos de los blancos; un país donde se respectaba ‘escrupulosa- mente’ la legalidad, pero en el que la lay era distinta para negros y blancos… Mientras se desarrolla la pieza, en la que apenas


hay diálogos sino narraciones de lo que sienten y piensan cada uno de los protagonistas, la música se convierte en un elemento primordial encarnada en la guitarra, el piano y la trompeta que acompañan toda la representación convirtiéndola casi en un musical (con grandes interpretaciones de cancio- nes emblemáticas como Strange Fruit o Malaika). Y a través de ella vamos descubriendo algunos de los elementos más significativos de Sophiatown. Los shebeens, pequeños antros en los que se vendía bebida ilegal -muchas veces fabricada por los mismos propietarios del bar- y en los que siempre había música y fiesta hasta bien entrada la noche; los pequeños minibuses para ne- gros en los que era un milagro entrar; los saxofonistas, músicos y cantantes nocturnos y, por supuesto, la represión diaria y constante de la policía. La obra transporta así al especta-


dor hasta un punto álgido en que por un momento sueña con un final feliz. Todo lo contrario. El texto termina con una doble tragedia: el destino de Mathilda simboliza también el del barrio, que en 1955 sería demolido para expulsar a los habitantes negros de la ciudad.


CAN THEMBA


Y LOS DRUM BOYS Can Themba escribió ‘The suit’ en


los primeros años 50, pero tuvieron que pasar un par de décadas hasta que por fin la obra se adaptó como pieza de teatro, y todavía hoy sigue siendo un autor poco conocido, tanto dentro como fuera de su país. Por entonces era un joven profesor negro que comenzó escribiendo relatos cortos antes de pasar a formar parte de la plantilla de Drum Magazine -el primer magazine de lifestyle de África-, la única revista en la que se plasmaba la vibrante vida urbana de los townships, la aparición de la nueva música negra y la falta de oportunidades y educación de los bantúes, como se llamaba enton- ces a los negros de Sudáfrica. Daniel Canodoise Themba había nacido en 1924


cuando los africanos soñaban todavía con un impro- bable futuro mejor. Estudiante en la Universidad de Fort Hare (la misma en la que lo haría Nelson Mande- la), obtuvo su diploma como profesor de Inglés y se trasladó a Sophiatown, un barrio de Johannesburgo, donde pronto comenzó a trabajar. Tenía 24 años y el mundo por delante cuando en el país se instauró el Apartheid, que institucionalizaba por ley la separa- ción de razas que ya existía de facto. Poco después comenzó a trabajar para la revista, donde formaría parte de los llamados Drum Boys, junto al conocido


Henry Nxumalo (asesinado en 1957) entre otros. Un grupo de atrevidos periodistas que investigaban los atropellos cometidos por el régimen y hablaban sin tapujos contra las leyes del Apartheid, al tiempo que vivían la vida al máximo haciendo suyo el lema de “vivir rápido, morir joven y dejar un bonito cadáver”. En las páginas de esta revista trabajó Can Th-


emba durante nueve años, compatibilizando sus textos de cultura y entretenimiento con otros de denuncia, llegando a convertirse en un referente. Así lo recordaba el escritor y periodista británico An- thony Samspon , que se trasladó a Johannesburgo en los años 50: “Fue Can Themba, el más brillante de los escritores de Drum Magazine, quien prime- ro me atrajo al seductor mundo de Sophiatown, el slum multirracial donde vivía en una pequeña habita- ción a la que llamaba “La Casa de la Verdad” [por la cantidad de libros que en ella había]. Él me introdujo en el mundo de los shebeens, donde profesores, gánster, mensajeros y políticos se emborrachaban juntos con licor ilegal”. Su conciencia política sobre el


racismo en el que nació y fue edu- cado hizo de él uno de los pensa- dores más comprometidos y críti- cos del momento -por entonces ni siquiera para todos los negros era tan evidente que las cosas podían ser de otra manera- pero a la vez le fue destrozando por dentro. Una devastación que llegó a su punto máximo con el fin del barrio por el que tanto había luchado. Tras la demolición, escribió su ‘Requiem for Sophiatown’: “Y todavía vago entre las ruinas con la esperanza de encontrarme un shebeen que Dr. Verwoerd [primer ministro y artífice del Apartheid] haya olvi- dado destrozar. Pero no me gustan los ojos muertos con los que me miran las casas fantasmas que voy


dejando atrás”. Su estado se fue deteriorando rápidamente, se


La obra ba-


sada en la novela homónima del


sudafricano Can Themba, narra


el drama de una joven pareja


formada por un


hombre exultante de felicidad que descubre


el engaño de su mujer.


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refugió en la bebida y terminó siendo despedido de la revista. Sin barrio y sin redacción a la que acudir a trabajar, frustrado por las restricciones del Apar- theid y sumergido en su propio abismo, terminó por marcharse al exilio en Suazilandia, decidido a continuar con su trabajo de profesor. Su cuerpo no aguantaría ni una década más. En 1968, dos años después de haber sido declarado “comunista”, y por lo tanto de que sus escritos fueran prohibidos, mu- rió solo, a los 44 años, exiliado en el pequeño país vecino. La rehabilitación de su figura tardaría en llegar, pero entre la década de los 70 y 80 se pu- blicaron dos de sus colección de historias: ‘The Will to Die’ (1972) y ‘The World of Can Themba’ (1985). Fue entonces cuando Peter Brook conoció su obra: “Sólo dejó unos cuantos relatos y esta pequeña obra maestra (…) Al conocerla, en 1970, decidimos mon- tar la historia como obra teatral y elaborar toda una temporada sudafricana”


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