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esto no es una pipa Abuelos


transmitían en el canal 5, en un programa que, si no me falla la memoria, se llamaba A los toros. En esa casa de mis abuelos


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paternos, Berta y Miguel, sólo había un televisor que, como correspon- día a la época, era a blanco y negro y tenías que encenderlo un buen rato para que se “calentara” y en algún momento había que apa- garlo para evitar que se pasara de “caliente” y perdiera la imagen. En ese armatoste mirábamos


las faenas de los toreros más céle- bres de la España de mediados de los años setenta, mientras yo intentaba reproducir lo que veía con mi colección de rígidas figuras de plástico de matadores capote en mano y toros enormes de fiera estampa –eran todos amarillos, quién sabe por qué- que le obligaba a comprarme en la vecina juguete- ría de un viejito de boina a quien llamaba así: el viejito. Ese –y los infatigables mimos


de Berta- era uno de los enormes placeres de pasar los fines de semana en ese largo caserón de los Jardines del Valle, una zona caraqueña en la que –te aseguro- hoy no querrías pasar ni cinco minutos. Mi abuelo era un tipo apacible y modesto. No construyó


puentes ni urbanizaciones, no luchó contra la dictadura, no figura en ningún libro de historia, pero hizo algo más impor- tante y trascendente: querer a su nieto con su enorme corazón de origen canario. Con Lola, mi abuela materna, ya un poco más crecido, tenía-


mos otra cita puntual ante el televisor. Fue en una época en la que Rctv tomó la reprochable decisión de pasar los progra- mas de Jacques Cousteau muy tarde en la noche. Así que, para no perdernos las aventuras marinas del Calypso -narradas en español con acento francés-, surgió el pacto: si uno de los dos se dormía antes de la hora, el otro debía despertarlo para el aluci- nante paseo que dábamos por el fondo del océano.


| Diciembre 2010


n esos tiempos, nadie iba a acusar al viejo de incul- car pasiones bárbaras al pequeñín. Los fines de semana, creo que era en domingo, nos sentába- mos mi abuelo Miguel y yo a ver las corridas que


Oscar Medina L. ommedina@gmail.com


Tantos años después, ahora que falta tan poco para que


organicen milicias anti taurinas y que la familia de Cousteau se mata a dentelladas de tiburón por su herencia, voy desarro- llando otro ritual con mis hijos morochos: al final de la tarde, en medio de ese frenesí de cansancio y sueño que azota a todos los niños, nos sentamos frente a la pantalla del computador a ver videos de animales en Youtube. Es algo que ya piden: uno de


ellos me toma con su manito para conducirme a la silla ante el com- putador. Y entonces desfilan fren- te a sus ojitos asombrados her- mosos cachorros, perros enor- mes que ladran como locos o que hacen reír a bebés; gallos cantan- do, caballos de paso fino bailando corridos norteños, patos, sorpren- dentes aves cantoras, gatos jugue- tones, coloridos peces de acua- rio, silenciosos tiburones y hasta tortugas en animación entonan- do infames temas de reguetón y meneando sus “bling blings”. Para ellos, que aún no llegan a


los dos años, debe ser un momen- to mágico, aunque ya asumen con absoluta naturalidad el hecho de que semejante fauna habite en esos


recuadros de video que les hacen reír, bailar y gritar de emoción. La fiesta termina siempre igual: el baño con agua tibia, el


tetero, los últimos besos y abrazos antes de irse a la cuna, donde quizás sueñen con esos animales encantadores que tanta felici- dad prodigan. Y entonces, ya agotado de la jornada, doblo la espalda para


recoger un poco su desorden de juguetes y libros de cuentos, tal como Miguel lo hacía conmigo. Siempre recuerdo a esos viejos que tanto me dieron y que hace años que ya no están aquí. Ser padre es cosa seria: una mezcla de felicidad y temores


que debes aprender a manejar sobre la marcha. Los abuelos ya pasaron por eso, conocen los trucos y las fórmulas, entregan su amor de manera despreocupada: complementan las carencias del novato. Suerte para mis morochos que tienen dos abuelas y un abuelo que reeditan con ellos –y en indudable versión mejo- rada- lo que alguna vez vivimos papá y mamá con los nuestros. Felices fiestas tengamos todos.


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