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circunstancia ajena al libre albedrío y las vivencias personales, según esa recopila- ción de estudios científicos. La buena no- ticia para el político es que la identificación con los partidos no estaría tan marcada. Margen tendrían, pues, para tratar de presentar a su partido como el que defiende unos determinados princi- pios o posturas, pero malamente podrían hacer que la gente opine lo que ellos quie- ren. Llevando al pragmatismo las conclu- siones del análisis, podríamos indicar que, para tener éxito, las formaciones tendrían que adecuarse a los ciudadanos y no tratar de convencerles; darles lo que piden y no presentar su ideario como el mejor. Este debate sobre las consecuencias del descu- brimiento y sus posibles aplicaciones es el que inexorablemente debe plantearse más pronto que tarde. Hatemi y McDermott se preocuparon
de matizar también que en ningún caso tratan de señalar que exista el “gen conser- vador” o el “gen progresista”. Lo que refleja el estudio es que el ADN conduce hacia el pensamiento de uno u otro bando, me- diante la configuración de ciertas caracte- rísticas psicológicas. Lo mismo ocurre con la participación electoral y política. Se crea el clima para que la persona adquiera una ideología concreta, pero no se determina per se, como sí se hace con su color de ojos o su carácter reservado o abierto. No estamos, pues, ante elucubracio-
Aunque el ambiente es ex- tremadamente importan- te para la participación y para otros actos políticos, quizá incluso más que los genes, no podemos seguir actuando como si los ge- nes no importaran nada
nes o experimentos sin mayor alcance, que vayan a quedarse en el mundillo, sino que es una realidad cada vez más consolidada que ya comienza a trascender a la opinión pública y a debatirse fuera de Estados Unidos, país donde más se ha estudiado y publicado sobre ello. Por supuesto, queda mucho camino por recorrer. Aún no se sabe el recorrido ni la concreción de lo formula- do, ni, por supuesto, la manera en que los profesionales de la comunicación y la po- lítica podrían aprovechar un cambio de paradigma de estas características. Lo que sí parece establecerse como algo incontro- vertible es que la genética y las hormonas juegan un papel clave en la actitud ante la política de los individuos y, desde luego, mucho más importante de lo que hasta ahora se había aceptado. Un escenario nuevo espera ahí fuera.
Lo que refleja el estudio es que el ADN conduce
hacia el pensamiento de uno u otro bando, me- diante la configuración
de ciertas características psicológicas
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David Martínez García es periodista y consultor de comunicación. Máster en Comunicación Política e Institucional por la Fundación Ortega- Marañón. @davidmartinezg
davidmartinez.periodismo@
gmail.com
Bibliografía: - Arroyo, Luis (2012) ‘El poder político en escena’
- Dawes, Chistopher y Fowler, James (2008) ‘Partisanship, Voting, and the Dopamine D2 Receptor Gene’
- De Waal, Frans (2007) ‘El mono que llevamos dentro’
- McDermott, Rose y Hatemi, Peter (2012) ‘The genetics of politics: disco- very, challenges, and progress’ (Publica- do en la revista ‘Trends in Genetics’)
- Olson, Gary (2008) ‘De las neuronas espejo a la neuropolítica moral’
- Previc, Fred (2009) ‘The Dopaminergic Mind in Human Evolution and History’
- ’The Economist’ (Octubre 2012) ‘Body politic’
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