a ARTÍCULO De esta forma, durante estas campa-
Las campañas electorales modernas retoman el añejo principio de Epicuro que, desde hace 2.300 años, se- ñalaba que el fin de la vida era lograr el placer y evitar el dolor
ñas se le plantea un dilema al electorado: Por un lado, asociar su voto por la alter- nativa propia con todo lo que le agrade y beneficie (bienestar, calidad de vida, pro- greso económico, empleo, seguridad, etc.). Y, por el otro, asociar el voto por los oposi- tores con todo lo que le desagrade y gene- re dolor o daño a los ciudadanos (inseguri- dad, pobreza, crisis, desempleo, etc.). En este sentido, las campañas electo-
rales modernas retoman el añejo principio de Epicuro que, desde hace 2.300 años, señalaba que el fin de la vida era lograr el placer y evitar el dolor. Es decir, los seres humanos, hoy día como en el pasado, en su calidad de electores, se ven motivados por dos necesidades esenciales (evitar el dolor y buscar el placer), las cuales son usadas por los partidos políticos y sus can- didatos para tratar de persuadir y movilizar a los votantes y así ganar las contiendas electorales. En este artículo, se analiza el trazo
estratégico que siguen las campañas elec- torales modernas entorno a este binomio (placer/dolor) que ha caracterizado la ofer- ta política en los procesos electorales en los últimos años, a la luz de la experiencia panamericana, en distintas naciones de la orbe, en sus diferentes dimensiones y acepciones discursivas.
EL DOLOR Y EL PLACER EN LA POLÍTICA
El dolor y el placer han estado siempre presentes en la política. Desde la creación misma del Estado, este se justificó con los grandes objetivos de generar la armo- nía, velar por la supervivencia humana y dotar de cierta dirección y gobierno a las muchedumbres. Por ejemplo, el Estado antiguo, de estirpe personalizado, preten- día la grandeza de la nación, el progreso de sus habitantes y la protección del terri- torio respecto de sus enemigos. Es decir, el fin último del Estado era evitar el dolor (muerte o esclavitud) que otros Estados (ejércitos o guerreros) pudieran generar a sus habitantes y dotar de satisfactores que ayudarán con el desarrollo y fortalecimien- to de sus pueblos. Para Hobbes, el fin del Estado es la propia supervivencia humana, ya que por
naturaleza el hombre es malo y hay que so- meterle a una voluntad mayor, aún sea en manos de un gobernante absolutista. Por su parte, Locke apunta que el fin Estado es el bienestar de la gente, el cual esta esta- tuido como sociedad y regido por leyes y gobernantes que defienden a los ciudada- nos. En este mismo sentido, Montesquieu apunta que la sociedad crea y organiza el Estado para garantizar la libertad de los ciudadanos y para evitar que el poder se concentre en una persona, establece tres poderes independientes (ejecutivo, legislativo y judicial) que actúan como contrapeso a toda pretensión absolutista. Finalmente, Rousseau apuntó que con la creación del Estado se sometió la voluntad de cada uno de los individuos a la voluntad de la generalidad, en la búsqueda de una convivencia pacifica y el desarrollo y pro- greso de la sociedad. Estos ilustres pensadores, siempre
consideraron que el Estado buscaba la su- pervivencia y felicidad humana, aunque fuera a largo plazo e implicara ciertos sacri- ficios, evitando los peligros y protegiendo a las individuos de los excesos y amenazas de otros Estados. Es decir, su fin último era evitarles el dolor a sus ciudadanos y dotar- les de oportunidades de desarrollo y pro- greso social (placer). Ahora bien, bajo sistemas totalitarios
y autoritarios el Estado también cumple la función de protección de los individuos de las amenazas internas y externas, así como el dotarlos de ciertas garantías que posibi- liten el progreso y desarrollo de las perso- nas. De hecho, bajo este tipo de sistemas, los gobernantes utilizaban el binomio do- lor/placer como medida disuasiva y como mecanismo para el afianzamiento del po- der. Era la política tradicional de “la zana- horia y el garrote” como forma habitual de gobernar, donde los premios y castigos a los apoyadores o disidentes, según era el caso, estaban al orden del día. De esta for- ma, la opresión, la violencia represiva y el miedo eran las armas de control social en contra de los disidentes, mientras que a los apoyadores del régimen eran incentivados con dadivas y políticas de corte populista en beneficio de la gente. Bajo sistemas democráticos, el Estado es garantía de la seguridad, el bienestar y
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