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a ARTÍCULO II REPÚBLICA


En España, el papel de Clara Campoamor tuvo connotaciones muy importantes. Sin su lucha en el Partido Radical, sin su pre- sencia, el voto femenino no hubiese sido como fue y no hubiese sido cuando fue. No fue fácil en plena II República española discutir con diputados acerca de la escasa lucidez que puede llegar a tener una mujer en pleno periodo menstrual. Absurdeces que no hacían más que debilitar un pe- riodo republicano que tiene mucho que ver con decisiones que se tomaron muy modernas y progresistas para la época. “La transformación de España, despacito”, decía Clara. Había muchos seres de corba- ta en contra del voto femenino. Y alguna mujer que ocupaba escaño también, como la socialista Margarita Nelken, quien creía que no era el mejor momento como para que la mujer votara, y suponía un peligro para el régimen político que se vivía El discurso, la iconografía y el liderazgo


de la mujer en la vida pública pasaba por una necesidad imperiosa de su presencia en la sociedad. El primer paso que debían superar era el de la barrera de la desigual- dad en la educación. Gracias al aumento de los Estados Liberales a lo largo del siglo XIX, la educación pública creció de la mano de la burguesía. Y con ello un debate discri- minatorio sobre el cual se asentaba el ar- gumento de que la educación para la mujer podía ser perjudicial. La decisión contraria imperó finalmente, pero asentada bajo un concepto totalmente machista: educación para que la mujer pudiera ejercer bien su trabajo de esposa y madre. Las mujeres, no sin esfuerzo, supieron aprovechar bien ese acceso a la educación. En el año 1900, una mujer estudiaba por cada 15.000 hombres. Entre los años 1919 y 1920 ascendió al 2%. Y poco a poco fueron accediendo a los es- tudios superiores. Aunque otro factor más las discriminaba: el trabajo. Como bien apunta la investigadora


irlandesa Mary Nash, existe una amnesia profunda en cuanto a la participación polí- tica de las mujeres españolas. Esa amnesia es difícil de corregir en un país como Espa- ña después de la tergiversación de la histo- ria por parte de los historiadores franquis-


El discurso, la iconografía y el liderazgo de la mujer en la vida pública pasaba por una necesidad imperiosa de su presencia en la sociedad


tas que deformaron la visión de los movi- mientos sociales y políticos. Movimientos, como por ejemplo, el de las feministas.


GUERRA CIVIL


La Guerra Civil española se olía en las ca- lles españolas como el estiércol mal usado cuando se esparce. Casi de manera inevi- table, a lo largo de los años 30 surgieron agrupaciones de mujeres y feministas alrededor de las corrientes políticas y de los partidos políticos. Frente a la amena- za bélica, empiezan a surgir discursos que llevan implícitos las palabras “paz” y “li- bertad”. El discurso de las mujeres era ese mismo, emplear palabras en la “guerra de la defensa de la democracia”. Sin embargo, el poder de la palabra negativa era brutal: la Agrupación de Mujeres Antifascistas de- sarrollaron un discurso militarista con un fin concreto: la garantía de la paz. Parece contradictorio, pero fue así. Muchas mujeres en la Guerra Civil op-


taron por un discurso de paz, quizás para tranquilizar su alma o para que no encon- traran al hijo o al marido oculto. Muchas mujeres en la Guerra Civil vestían de negro y sangre, por los hijos que le habían mata- do y que debían enterrar, o por los encar- celados. Ellas tuvieron diferentes papeles en esta guerra, empezando por ser madres


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Mujer sentada en un sillón. (Femme assise dans un fauteuil), 1941. Pablo Picasso.


Mayo - Junio 2013


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