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SEMILLERO


s


ridad absoluta”, razonó el investigador es- pecializado en primatología y psicología Frans de Waal en una de sus publicaciones donde expuso las semejanzas entre huma- nos y primates que halló al desarrollar su trabajo.


¿HACIA UN CAMBIO DE PARADIGMA? Si todos estos comportamientos -junto a otros muchos que nada tienen que ver con la política- se explican por la propia naturaleza del ser humano, ¿no ocurrirá lo mismo con los pensamientos e ideas sobre cómo ha de estructurarse una sociedad e incluso cómo ha de ser el sistema econó- mico, con eso que llamamos ideología? ¿Es casual que personas que viven en las antípodas las unas de las otras tengan un pensamiento político idéntico, cosa que se da desde mucho antes de la globalización? Aún es tan aventurado como irresponsa- ble hacer afirmaciones categóricas al res- pecto, pero los últimos avances científicos apuntan a que el ADN tiene bastante que ver en todo esto. Así, se ha demostrado en los citados


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análisis realizados con hermanos gemelos que un par de genes -el MAO-A y el 5-HTT- influyen en la interacción social y podrían determinar en cierto grado la participación


electoral de los individuos. De confirmarse, estamos ante un descubrimiento revolu- cionario que pondría en solfa todos los postulados de la política y la comunica- ción política, esa base antes mencionada sobre la que trabajan millones de personas en todo el mundo. ¿Invertimos cantidades ingentes de dinero en tratar de convencer a los ciudadanos de determinadas cosas y es un factor exógeno, independiente e inva- riable lo que más influye en sus decisiones finales, incluyendo la de ir o no a votar, a menudo principal objetivo de una campa- ña electoral? Arroyo cita en su libro un estudio


realizado por dos investigadores de Ca- lifornia para tratar de arrojar luz en este asunto. Tras tomar, a lo largo de 10 años, una muestra de más de 15.000 personas, Dawes y Fowler concluyeron que esos dos genes “pueden contribuir a la participa- ción, por sí solos, en un 5%”. Ese margen de influencia es mayor del que tiene cual- quier otro factor conocido y susceptible de ser estratégicamente alterado o condi- cionado. “Aunque el ambiente es extrema- damente importante para la participación y para otros actos políticos, quizá incluso más que los genes, no podemos seguir ac- tuando como si los genes no importaran nada”, sentencian los autores. Su teoría


es que “los genes constriñen la conducta individual tal como las instituciones políti- cas constriñen la conducta de los grupos”, es decir, actúan como canalizadores, mol- dean el escenario u orientan el comporta- miento, sin llegar a marcar manifestacio- nes concretas del individuo. Hasta tal punto comienza a abrirse


paso esta teoría que la prestigiosa publi- cación británica   recogió hace unos meses la compilación hecha al respecto por los profesores McDermott y Hatemi en la revista científica - netics. Dicho trabajo apuntaba que el ADN también condicionaría la posición de los ciudadanos en temas raciales o de política exterior. Una nueva concreción, igual de transgresora e importante y en el mismo sentido. Son ya postulados específicos so- bre temas capitales de la actualidad políti- ca los que estarían determinados por una


Mayo - Junio 2013


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