El Juego Interno del Candidato
Es común, como indica Kevin Hogan, ver a oradores ensimismados y autocomplacientes; sin embargo, todos los discursos brillantes están volcados en el público, están sintonizados con él. Si se tiene como referencia a la audiencia, se actúa con humildad y respeto, lo que aumenta la simpatía.
lista. Este diálogo se articula a partir de los mensajes en positivo, como “esto va a ser fácil”, “yo puedo”, “¡va- mos!”, “he entrenado y sé hacerlo”. Si esto se mantie- ne de forma continua, la relación entre los dos “Yo” mejora y las órdenes se ejecutan con más control y efectividad. Los brazos se mueven bien, se mira me- jor… Se comienza a fl uir. Por eso es importante que este hábito forme parte de la vida del candidato para que así, en el momento de la intervención, sea una mera rutina que sea sencilla de ejecutar. La Zona El orador, a partir de la autoestima, como diría César Millán, ha de desprender una energía fi rme y tranqui- la (defi nición perfecta de las cualidades ideales de un candidato). Esta energía se percibe en la mirada, el gesto y la postura. Tanto es así, que corrigiendo los an- teriores aumenta de forma automática la seguridad. Experiencias como las de Tony Robbins ilustran esta idea, si modifi co mis movimientos me modifi co por dentro. La expresión de esta fi rmeza tiene lugar en La Zona. Ésta es el espacio que ocupa el candidato, su lu- gar de poder, su lugar de proyección. El candidato ha de ser consciente del lugar que ocupa y cuál es su rela- ción con el público. Merece la pena recordar que esta idea está en las antípodas del político egocéntrico y soberbio. Es la serenidad y el equilibrio la que permite que la mente funcione de la forma adecuada. Algunos teóricos como Laurie Smale llamaron a
esto “la roca”, sin embargo el concepto de La Zona es más amplio y poderoso. Implica un estado emocio- nal positivo y un liderazgo tranquilo. Es decir, ocupar la Zona representa que el “control” lo tiene el que habla y eso se expresa en su ritmo pausado, su mi- rada amplia, su gesto abierto…Por lo tanto, cuando el candidato comienza a ocupar su “Zona” , a sentir- se en ella de forma permanente, sus intervenciones mejoran de manera visible y muy poco tiempo.
El Enfoque El candidato sólo debe pensar en dos cosas: en el mensaje y en el público (los que miran y los que no). Ambos dan sentido a su acción, ambos justifi can al “Yo2” los esfuerzos que realiza. Por un lado, el mensaje es la referencia fi nal, el can-
didato con cada palabra se dirige a su mensaje (hable de lo que hable). Pase lo que pase debe tener en su mente el mensaje como la luz al fi nal de un túnel. “No hay viento favorable para quien no sabe dónde va”. Por otro, el público es el que le enlaza con el con-
texto, el que le da la referencia emocional necesaria para conectar con sus propias emociones. Sin públi- co la intervención no tiene sentido, por eso las inter- venciones pierden tanto cuando el candidato deja de mirar a su gente. Se aisla (eso se percibe) y eso le impide tener la energía necesaria para proyectar al tiempo que le imposibilita conectar. Es común, como indica Kevin Hogan, ver a ora-
dores ensimismados y autocomplacientes; sin em- bargo, todos los discursos brillantes están volcados en el público, están sintonizados con él. Si se tiene como referencia a la audiencia, se actúa con humil- dad y respeto, lo que aumenta la simpatía. Al estar dirigido al mensaje, el pensamiento se aclara y se hace más sencillo organizar las ideas. Como vemos, los tres vectores del Juego Interno
defi nen la locución pública desde el primer momen- to. El Diálogo Interno, La Zona y El Enfoque diferen- cian una intervención mediocre de otra de éxito. Per- miten, con práctica, que los nervios se desvanezcan y aumente la credibilidad. Consiguen que los gestos sean correspondientes con el mensaje. Permiten que podamos pensar en más elementos a la vez, al tiem- po que somos más incisivos y certeros. En defi nitiva, el Juego Interno sólido diferencia al candidato ganador del soñador.
Diciembre 2010 Campaigns&Elections 30
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