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Cultura Digital y Elecciones


A día de hoy, ningún comité de campaña forma-


do por gente razonable cree que pueda estar ausente de la red. No hay político que se precie sin un perfil en Twitter o Facebook, sin su propio blog o una buena web electoral. Pero, en realidad, saben que la campa- ña se dirime en los medios tradicionales. Los respon- sables de la campaña siguen acudiendo a webs, blogs y demás artilugios sin demasiado entusiasmo; ponen a unos cuantos jóvenes al frente del ordenador y se olvidan de la campaña online. Ellos, entre tanto, se ocupan de preparar la ‘verdadera’ campaña del candi- dato: su mensaje, su escenario, su acto de proximidad, su mitin, etc. Acciones todas enfocadas a que todo ese esfuerzo llegue al votante a través de la prensa o la radio local y, con mucha suerte, la televisión. Al otro lado, ante el televisor, cómodamente sen- tado en un sofá, está el elector. Alguien que, en el mejor de los casos, sigue la campaña electoral como muchos seguimos los campeonatos de fútbol: con una inmensa resignación. Ese aburrimiento espanto- so al que se ven sometidos los ciudadanos, incluso aquellos militantes más aguerridos, responde a un número indefinido de causas. Una de ellas -a mi jui- cio la más significativa- es el cambio de hábitos que genera la cultura digital. En esta era 2.0, donde la mayoría de los conte- nidos son suministrados por el usuario, las campa- ñas siguen siendo casi analógicas y la mayoría de los mensajes oficiales son proyectados por los candida- tos o sus equipos. Jeff Howe1


definió en 2006 una nueva forma de


trabajo de las empresas más innovadoras de EE.UU. Frente al outsourcing, en el que la empresa contrata trabajos externos para abaratar costes, Howe defen- dió el crowdsourcing: un modo de organizar el traba- jo de la empresa en el que ésta se transforma en una plataforma de participación masiva, compuesta de múltiples aportaciones individuales, para desarro- llar proyectos en contextos de gran competitividad y rápidos cambios tecnológicos. Gracias a estos pro- cesos funcionan sistemas de códigos abiertos como Linux o Mozilla y gran parte de las innovaciones que usamos todos los días. Este nuevo modo de organizar el trabajo de la


empresa 2.0 es también la principal característica de un tipo de campaña que ha entendido que el mensaje principal no es aquel que fabrica y traslada el candida- to y su equipo, sino los miles de mensajes que interpre-


A día de hoy, ningún comité de campaña formado por gente razonable cree que pueda estar ausente de la red. No hay político que se precie sin un perfil en Twitter o Facebook, sin su propio blog o una buena web electoral.


tan y trasladan los miles de seguidores del candidato. No hay una renuncia a controlar el mensaje, pero el impacto de la cultura digital exige un proceso distin- to en su elaboración. El habitual monólogo, cargado de autoridad, se convierte ahora en una conversación donde lo importante no es tanto lo que yo digo, sino lo que tú crees y estás dispuesto a hacer por mí. El Manifiesto Cluetrain2


definió el mercado, ya


hace una década, como una conversación, precisa- mente gracias al uso masivo de nuevas tecnologías interactivas como internet. Las campañas electora- les siempre lo han sido, pero internet ha potenciado esta conversación hasta niveles desconocidos. Esta forma de entender el diálogo público impli- ca que ambas partes, candidato y elector, deben sen- tirse parte de una misma comunidad, donde se com- parten valores, miedos y esperanzas, materias primas que alimentan la conversación de hoy y de siempre. Las nuevas tecnologías


facilitan esta conver-


sación y, en cierta manera, para todas las personas que participan directa o indirectamente de la nueva cultura digital, esa conversación es una exigencia. Se trata un deber que está cambiando el funcionamien- to de las campañas, partidos y administraciones; ahora obligados a responder a ciudadanos y electo- res, sin recurrir a los viejos criterios de autoridad y control de la información. Sin embargo, no todo es nuevo. En estos cam-


bios subyace una reivindicación de lo mejor de nues- tra cultura política de siempre. Las campañas elec- torales compiten hoy por la atención de un elector que se mueve en un contexto de sobreinformación inédito en la historia y, sin embargo, el mejor recla- mo para lograr su atención sigue siendo una buena narración alrededor de la hoguera. Barack Obama no tuvo dudas y habló de él mismo: de cómo un joven


Abril 2011 Campaigns&Elections 31


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