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mara colgada al cuello y no cayó al suelo), y me dicen: “Tú tienes prohibido hacer fotos aquí, tienes que salir del pabellón.” Muy tranquilo para no asustarlos, porque este tipo de personas son muy pro- pensos a dar puñetazos a la menor que ellos entiendan como agresión, les digo: ¿puedo primero identificarme? Y una vez que muestro el carnet de LUZ Y TINTA, primero me sueltan los brazos y después se quedan mirando uno para el otro, a modo de preguntarse ¿que estamos haciendo? Viene un organizador de los dos que habían promovido la velada y me dice:


“Tu aquí, no puedes hacer fotos, así que ya estás marchando”. Como ya parece que se dirige a mi como que me conoce, le pregunto que si pue-


do despedirme de los árbitros, y me dice que si y que después salga. La Federación Deportiva dice que sí que puedo seguir haciendo fotos y no debo de abandonar el lugar. Hablan entre organizador y el presidente de la federación y deciden que me quede pero, que cuando el reportero que va hacer un video, necesite de mi sitio para grabar, que se lo facilite. En principio, no me pareció mala idea, ya que bueno, si es por hacer un buen trabajo también nos podríamos compenetrar. Con el primer combate y segundo no hubo problemas pero, en el tercer com-


bate al poco tiempo de estar en la esquina me viene el operador de video y me coloca la cámara en la espalda sin previo aviso. Le pregunto qué hace y no contesta pero sigue en mi espalda su artilugio. Le dejo el sitio y cuando él se va vuelvo a la esquina. Pero esa misma acción la repitió otras cuatro veces, hasta que abandoné del


todo el reportaje. Mi serenidad al principio con los dos “seguratas” me evitó males mayores o


incluso que me destrozaran la cámara o la cara. La tranquilidad, con la que hablé con el organizador, me salvó de que los dos muchachos pagados por el no tuvieran motivos de echarme a las malas. El aguante que tuve con el del vídeo, me salvó el haberle tirado al suelo el equipo y tener que pagarle uno nuevo, que me parece que era lo que pretendía. El otro organizador, cada vez que se cruzaba conmigo, me preguntaba “¿qué


tal vas?”, y yo contestaba “bien, bien”. Los porteros, cuando me veían, me decían que ellos eran unos mandados y que no sabían de qué iba la situación. Y estos son los que dicen que apoyan el boxeo. Todo lo contrario a estos mo- dales es la actitud de los mismos boxeadores que practican y disputan este deporte de lo más honrosamente y en su mayoría lo cumplen, puedo dar fe. Son personas que si pueden se hacen con el reportaje fotográfico y si no pueden, también respe- tan el trabajo del fotógrafo sin más comentarios. Estos dos deportistas que presento hoy para el trucaje fotográfico son Sergio


Fernández y Enrique Inchausti. Dos púgiles actualmente amateur, aunque en bre- ve uno de ellos, cuando esta revista salga, ya será profesional. Uno es de Oviedo y el otro de Gijón y son dos ciudades que rivalizan en el deporte del fútbol y claro que cada uno es aficionado al de su lugar de residencia.


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