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A la izquierda, Dama de Baza.


A la derecha, Clavileño de Ricardo Balaga


Enterado de esta historia, por la amistad que me une con Antonio Molina, le hice la siguiente propuesta para su Clavileño: Querido amigo Antonio: Me conmovió la historia que cuenta Valenzuela. Sobre todo porque te conozco,


Antonio, sé de tu sensibilidad, y me imaginé lo que estarías sufriendo viendo a tu Clavileño sin un futuro claro, esperanzador, en el que refugiarse con su corazón de viento y hojas del Quijote, protegido todo él por esa envoltura dura de madera ya quebrada de tanto trajín de acto en acto cultural. Clavileño no se lo merece. Pienso que deberíamos colaborar todos organizando una especie de concurso de ideas otoñal en el que cada cual propusiéramos una solución para Clavileño. Luego, llegada la prima Vera nuestra de todos los años, se elegiría democráticamente la propuesta que tuviera menos votos, por ser pro- bablemente la más original. Porque veinte años son algo, todo, para un caballo. Toda una vida. Como la


que llevas, Antonio, adorándolo, mimándolo, siempre junto a él, sin importarte en qué forma, ni dónde, ni cómo, pero junto a él. Arriesgando incluso tu matrimonio. Toda una vida. Cuidándolo como cuidas tu vida que, realmente, la cuidas para él. Tus amigos debemos actuar ya, sin más dilación. Porque, Antonio, un día te


puedes cansar, sentir angustia, ansiedad profunda, desesperación... Y pudieras llegar a abandonarlo. Y antes que eso, cualquier cosa es preferible. Todo menos abandonar a un caballo. Además, Clavileño, antes en ese instituto astigitano y ahora en Coria, tan lejos de sus orígenes, con ese calor cósmico que hace por esos pagos en el verano, po- dría derretirse, convirtiéndose en madera licuada, dejando para siempre su esencia equina, su carácter indómito, y ya no sería lo que es, ni siquiera para su creador. Se convertiría en un charco de astillas y eso duele. Y mucho más en un año de tan altos honores en recuerdo de su jinete que lo dio a conocer al universo mundo. Alonso Quijano no hubiera sido nadie sin Rocinante y Clavileño, como no lo sería Sancho sin su Rucio, ni Maritornes sin la venta. La vida funciona por duali- dades, si y no, Cristo y su Madre, Dios y la Paloma, dos sin tres... Ese Clavileño blanco y azul en sus orígenes, como la bandera de Huelva, debe


tener un horizonte de futuro celeste, infinito, eterno. Pero para ello debe repro- ducirse, como todo lo que se quiere perpetuar. Y qué mejor solución que cruzarlo con su vieja compatriota la Dama de Baza, esa ciudad cercana a su natal Galera, de mirada tendida e impasible, como su ademán.


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