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Objetivo: Birmania. Después de recorrer parte del país birmano, de nor-


te a sur y de este a oeste, llega la hora de meditar sobre lo visto y vivido. No es la primera vez ni el primer amigo que me dice que yo veo los países a través del objetivo de mis cámaras. Puede que haya mucho de cierto en esa apreciación, pero de lo que sí estoy seguro es de que las imágenes no sólo han quedado registradas en los píxeles de mis memorias digitales, sino que también han queda- do grabadas en esa vasta red neuronal donde mi cerebro almacena los recuerdos, los fragmentos de toda la infor- mación recabada en este interesante viaje por el sudeste asiático. Hoy ya, en la comodidad de mi hogar, percibo las sen-


saciones de haber vivido la realidad ciertamente amarga de un país que lleva sufriendo una de las dictaduras mili- tares más antiguas y brutales. Un país donde todavía hoy se impide el ejercicio de las libertades democráticas y se vulneran los derechos humanos. Ironías del destin. Allí es donde George Orwell ejerció


como oficial de la policía imperial antes de convertirse en escritor. Sus libros Rebelión en la granja y 1984 anticipan, en varias décadas, la actual situación de control total de la


población. Por eso muchos birmanos conocen al escritor inglés como “El Profeta”.


Las pagodas, el sol y una sombrilla Nos hemos encontrado con un país dinámico, insepa-


rable de sus milenarias costumbres y de la existencia coti- diana. Hemos tenido la gran suerte de ver cómo viven sus gentes, hemos convivido muy cerca de ellos, riendo con ellos; hasta hemos sido invitados a una boda. También hemos padecido sus propias penurias, sobre todo por esas carreteras medievales inimaginables hoy día, mu- chas de ellas en plena construcción, desarrollando este trabajo con los mismos métodos de hace más de doscien- tos años, la piedra picada, el grijo, y la galipota calentada en los propios bidones y esparcida con regaderas sobre las piedras, salvo el alquitrán el resto son trabajos manua- les al igual que el utilizado por los romanos para hacer las antiguas calzadas. Y lo más sorprendente de todo ello es que estos duros y penosos trabajos son realizados mayo- ritariamente por mujeres de todo tipo de edades. Ante-


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