H
oy, en la comodi- dad de mi hogar, per- cibo las sensaciones
de haber vivido la realidad ciertamente amarga de un país que lleva sufriendo una de las dictaduras militares más an- tiguas y brutales. Un país donde todavía hoy se impide el ejercicio de las libertades democráticas y se vulneran los derechos humanos.
quieren perder el derecho a su liber- tad, he visto jóvenes que portaban en sus cuellos a modo de medalla la foto de la premio Nobel de la Paz, la disi- dente birmana Aung San Suu Kyi o la de su padre el general Aung San, que luchó por la independencia en 1947 y que se encuentra en el panteón de los héroes nacionales. Hasta hace muy poco las actuales autoridades de la junta militar los proscribieron, y estas imágenes eran inimaginables dada la represión militar.
Algo se está moviendo
También he visto en la librerías que se ponen en las calles y aceras de Raigón libros que hasta hace poco tiempo estaban prohibidos, como por ejemplo los de George Orwell. Orwell creía que la literatura no
puede sobrevivir bajo un régimen totalitario. Escribió que un gobierno totalitario sabe que su poder es ile- gítimo y que, por lo tanto, no puede permitir que se sepa la verdad. Para mantener el statu quo dependen de las mentiras. En su ensayo Literatu- ra y totalitarismo, Orwell defendía
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