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Así se formaban los mosaicos vegetales de bosques, peñas y prados, donde rebaños de vacas y ovejas consumen el tiempo. Algunos abogan por dejar la naturaleza crecer a su aire. Quizás tendríamos entonces que exterminar o expulsar al hombre, al pastor, y dejar que los prados se transformen en selvas, donde se guareciesen las alimañas. Todos los paisajes que llamamos de forma eufemística “naturales” están intervenidos por la mano del hombre. Picos de Europa, Somiedo, Redes, etc, fueron modelados por animales y manos humanas. Ellos hicieron los senderos, las humildes cabañas que formaban las majadas, las fuentes, que aprovechaban los manantiales para que bebieran sus ganados, los bosques, de los que se nutrían de la leña que el viento y la nieve desgajaba de los troncos. El helecho, que cortaban para que sirviera de cama a sus ganados, y después incorporarlo al ciclo de la vida, convertido en abono. Era por eso que los montes no quemaban, solamente lo que el pastor quería y cuando él dijera. Nunca hubo bomberos en los pueblos, porque nunca hicieron falta, y la tierra era querida como una buena hija a la que cuidas y engalanas para que parezca hermosa, esa tierra que muchos de vosotros conocéis porque la habéis visto lujuriosa, cambiando la desnudez invernal por la furia de los verdes primaverales, las umbrías sombras del verano, por el traje multicolor de los otoños cantábricos. Y hoy, grandes manchas negras desdibujan la belleza, cambiando la paleta de colores, por el monocromo que a los fotógrafos tanto nos gusta, pero para verlo en una copia impresa, colgada en una sala de exposiciones, o que nos la escojan para la foto destacada en nuestra revista. En la naturaleza, déjame el color, déjame la vida que ello significa. Deleitarme mirando el paisaje, recorriéndolo con la mirada, mientras unas vacas cansinas e indolentes rumian la fresca hierba, ajenas a prisas y relojes. Solo desear que la justicia caiga sobre los incendiarios. No me valen las razones que apelan a tradiciones de


antes. “Antes” no se hubiera quemado el monte como ahora. Los vecinos velaban por lo “común” como bien patri- monial de la aldea. Hoy, esa autoridad comunal les ha sido arrebatada por los poderes políticos. Desde la capital se gestionan los espacios naturales, ajenos a la sabiduría ancestral que encierran las antiguas ordenanzas que velaban porque la naturaleza formase una armonía entre hombres, animales y tierras. El resultado es un total desencuentro entre lo deseable y lo permitido con las consecuencias que les muestran las fotos que ilustran este relato.


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Luz y Tinta


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