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los posteriores acontecimientos en torno a la Guerra de los Seis Días en Junio de 1967, hechos conocidos por mi muchos años después, pues me pi- llaron siendo demasiado joven. Esos eran todos mis escasos conocimien- tos sobre Egipto. Mi segunda incursión en este apa-


sionante mundo vino a continuación de la mano de este francés, consi- derado en su país como uno de los escritores más notables de la novela


nante mundo de la civilización egip- cia. Leer El Egiptólogo, La pirámide asesina, La ley del desierto, Ramsés. El Templo de millones de años, Ramsés.El hijo de la luz o La dama de Abu Sim- bel, entre otras muchas de obras, y luego visitar los enclaves que narran sus escritos puede ser una experien- cia difícil de describir. Hay que vivirla para saber lo que verdaderamente se siente. Viajamos por la noche desde Bar-


tura de verano a más de 45º de calor me acompañaba Marta, mi esposa, y entre otros amigos alguno muy inti- mo como Enrique Pidal y su esposa Conchi con los que hemos compartido muchos viajes. Antes de partir, cuan- do el avión egipcio que nos llevaría aún estaba sobrevolando sobre Sicilia con destino a Barcelona, Fernando que esa tarde estaba de guardia en el centro de control del aeropuerto de Barcelona se puso en contacto con


Sobre estas líneas, la presa de Asuán vista desde el avión. A la izquierda, las dos colosales figuras del Faraón que flanquean la entrada al templo de Abu Simbel


histórica. Como experto conocedor y enamorado de la cultura egipcia, son numerosas sus obras, y pienso que Christan Jacq a través de todos sus relatos ha puesto al alcance de todo el público profano como yo el apasio-


celona a El Cairo y luego un segundo vuelo de El Cairo a Abu Simbel. Tener amigos que trabajan de controladores aéreos tiene sus ventajas y si desarro- llan sus trabajos en el aeropuerto de Barcelona, mejor aún. En esta aven-


los pilotos del avión de la compañía Egiptair, les saludó y les recordó que esa noche viajarían unos amigos, al- gunos compañeros de trabajo y entre ellos su esposa. Cuídales bien, le dijo. Y tan bien que nos cuidaron, pues al subir a bordo, como no estaban ven- didos todos asientos de primera clase, nos acomodaron en aquellos cómodos


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