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Niños de Armila. De sonrisa limpia y fácil. Decidí ocupar de fondo las cañas de bambú que están presentes en las paredes de sus casas.


Mi primera visita a Kuna Yala,


obedeció a eso que muchos llaman un encuentro fortuito en Ciudad de Panamá. La conversación improvisada con Nacho, miembro de una pequeña y remota aldea llamada Armila, me llevó a visitar su comunidad en el año 2004.


El acceso, podía hacerse en avio-


neta o bien en barco con una serie de combinaciones que en ese momento me parecían demasiado complejas. Así que decidí subirme en una vie- ja avioneta bimotor, de la compañía “Aeroperlas” con capacidad para 20 personas y dos tripulantes y una ca- pacidad de carga de unos 2000 kilos. Como curiosidad, dos semanas antes, otra avioneta –según comentaban a bordo– había caído mientras se diri- gía al mismo destino, Puerto Obaldia, sin que hubiera supervivientes. Una vez aterrizamos, había dos


tico que amenaza sus tradiciones, su aparente fragilidad como pueblo y el equilibrio que siempre hay entre la naturaleza, y los que en ella viven. La facilidad de viajar, lleva a des- cubrir lugares del mundo llenos de calma y que un buen día empiezan a perecer lentamente en una agónica supervivencia moral.


opciones para llegar hasta la aldea Armila. La primera, subirnos a una Panga, una lancha de madera, con un motor de 30 cv, e intentar ganar la desembocadura de dos ríos que se encuentran en el acceso marítimo a la aldea. El mar estaba demasiado movi- do, además de coincidir con la marea alta y se decidió hacer el trayecto por un sendero que va rodeando la costa, con pequeñas incursiones en la selva. En condiciones normales, en 45 minu- tos se hubiera llegado, pero el camino estaba impracticable por las recientes lluvias y tardamos casi el doble. Armila está situado a pie de playa. En los últimos 25 años, el pueblo ha debido retroceder unos diez metros debido a los temporales y marejadas que se llevan parte de la costa len- tamente. Todo esto acrecentado por los cambios climatológicos que inclu- so para ellos son evidentes. Además hay que tener en cuenta que dos ríos desembocan al mar delante mismo del pueblo. Por un lado el Rio Blanco que deposita sus aguas al lecho del Rio Negro. Y éste, con el caudal de am- bos, se adentra en el Océano Pacifico, aunque algunos le llamen el mar del Caribe. Una vez en Armila, la sensación


de haber llegado a un paraíso perdi- do fue total. Las cabañas, con techo


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