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A izquierda y derecha, el río Amazo- nas en todo su esplendor


los trópicos, como se le llamó cuando aquí todo eran derroches y lujos, pues no olvidemos que surgió de las gran- des fortunas de la industria del cau- cho. Hoy se encuentra abandonada y por muchas de sus calles sus viejos y señoriales edificios respiran decaden- cia. Si no fuera porque es probable- mente el principal puerto fluvial del Amazonas, pasaría desapercibida para muchos viajeros. Pero aunque sea el punto de partida para entrar en la sel- va es una ciudad que merece la pena visitar, pues es una metrópolis llena de grandes contrastes. Aquí empieza a mezclarse la naturaleza exuberante de la selva amazónica con los com- plejos industriales a los que le han ido dando paso los vestigios de su pa- sado glorioso, cuando la sangre de los esclavos caucheros marcaba el deve- nir de la región brasileña tal como lo hicieran también en la selva peruana, en los tiempos en que el comercio del caucho estaba en su apogeo. En medio de aquella selva tanto


hoy como ayer el Palacio de la Ópera es el mayor símbolo del desarrollo económico de ese período. Era la “Be- lle Époque” de la industria del caucho, y basta contemplarlo hoy para darse cuenta de que el dinero no fue ningún problema para su construcción. Uno piensa en los esclavos de ayer y como en la revolución garibaldina se ha ido pasando de una esclavitud a otra. A los esclavos había que alimentarlos, cuidarlos si enfermaban, propiciarles cobertizos como al ganado, pero a fin de cuentas también eran una infraes- tructura que costaba dinero. Ante las imparables rebeliones por esa forma de vida impuesta a las fuerzas del tra- bajo era necesario que toda cambiara para que todo siguiera igual, y así se pasó de aquella esclavitud a la escla- vitud de los salarios, y hoy como ayer, vemos cómo, fruto de los desenfrenos de las clases dominantes en épocas de bonanza, se construyen obras fa- raónicas que no sirven más que para que la historia recuerde a esos diri- gentes megalómanos, privando a las clases más desfavorecidas de una dig- na calidad de vida.


Es evidente que la historia la ha-


cen unos y la escriben otros, y siem- pre me llamó la atención cómo se escriben los acontecimientos para la historia, en este caso, el Palacio de la Ópera. Dicen que es una obra del italiano Celestial Sacardim, que con- tó con los mejores materiales de la época, venidos de Italia los mejores mármoles y cristales, los primeros de Carrara y los segundos de Murano, los grandes tejados están hechos con tejas de Alsacia y los muebles como no podía ser de otra forma para la época llegaron de París. Las maderas evidentemente eran de la selva bra- sileña pero eran enviadas a tallar a


Europa en barco y sus hierros fueron forjados en Escocia. La más moderna de las tecnologías era entonces la ilu- minación eléctrica que daba luz a una cúpula recubierta con más de 36.000 azulejos que representan los colores de la bandera del Brasil. Lo mejor del estilo neoclásico con un interior des- lumbrante y con las excentricidades del despilfarro, pues sus 600 butacas para combatir contra una de las zonas más húmedas y calurosas del planeta contaron en su inauguración con ven- tilación individual


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