Lucila, en honor de su mujer, del mis- mo nombre. La casa, imponente, iba cogiendo
forma, y los pisos se sucedían, hasta alcanzar los tres. Delante, una escale- ra muy amplia conducía a las amplias estancias, donde las duchas del pri- mer piso eran un lujo nunca visto por aquellas pobres gentes, amén de los cuartos de choferes y servidumbre y las salas y estancias reservadas para los dueños y sus invitados. En nuestro concejo hay muy po- cos vestigios de arquitectura indiana. A pesar de sufrir una fuerte emigra- ción a ultramar, quizás fuera ésta la más representativa mientras se man- tuvo en pie, pues durante la guerra sirvió de refugio a uno de los bandos en liza, y luego fue bombardeada jun- to con el resto del pueblo, quedando totalmente destruida.
En las viejas fotografías que mos-
tramos, se ve el alcance de la destruc- ción provocada por los bombardeos
y de los huidos que volaban los edifi- cios para no dejar techo a las colum- nas que entraban por el puerto. Durante la estancia de los Simo- nes en sus temporadas veraniegas, los más viejos se acuerdan de entrar a trabajar a su servicio, ni que decir tiene que, durante el tiempo que du- raban sus vacaciones estivales, miti- gaban en gran medida el hambre y la escasez de aquellas gentes, tan poco acostumbradas a aquel lujo,
para
ellos inalcanzable. Solamente, nos cuentan, viajaba con ellos una coci- nera que tenían en sus mansiones de Madrid y Barcelona, donde también tenían casas. Estos personajes, pues eran dos, primos entre sí, se llamaban José Si- món González y José Simón Corral, apodadado este último “Corralin “. El primero hizo fortuna en Cuba, con múltiples negocios, aunque de los más importantes fue una com- pañía naviera de su mismo nombre.
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También llegó a ser presidente del Centro Asturiano de La Habana en el año 1928 a 1929, o sea, fue un hom- bre bastante poderoso en su tiempo. Hoy, de aquel imperio, no queda
nada. La tradicional sagacidad para los negocios, de que dieron buena muestra muchos casinos, tiene en “los Simones “una de sus más destacados ejemplos, incluso me atrevería a decir que el pueblo tarnín, uno de los más antiguos de Caso, según rezan docu- mentos que lo mencionan allá por el siglo X, fue cuna de los que más for- tuna hicieron fuera de su tierra. Si algún día vais a Tarna, acer- caros a la imponente reja de hierro que circunda la finca, único resto que queda de aquella mansión, junto a una portalada, que aún conserva grabado el nombre de la mujer para quien fue construida: Villa Lucila.
1Monchu Calvo
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