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Ofrenda floral a los fallecidos en la segunda Guerra Mundial. En Stalingrado.


Abajo, compartiendo mesa en Georgia.


Volga, entre otras de sus irresistibles ambiciones, también por el petróleo. Fue en el norte del Cáucaso en Sta- lingrado (la ciudad que ahora vuelve a llamarse como antiguamente Vol- gogrado) la que marcó los desenla- ces de esta fratricida guerra. Desde Agosto de 1942 a Febrero de 1943 se libró la madre de todas las batallas, el sangriento enfrentamiento entre ale- manes y rusos que se saldó en tor- no a los cuatro millones de personas muertas. Recuerdo que los georgianos eran


abiertos, hospitalarios y en todos los lugares nos daban la bienvenida. Se pasaban el tiempo con la familia y los amigos, comiendo y bebiendo, pues les gusta hacerlo en compañía, cada día contaban algún cuento nuevo, comentaban, discutían; son buenos músicos y casi todos tocaban algún instrumento y les gustaba cantar. Recuerdo que sus canciones eran desoladoramente bonitas, por estas formas de ser de los georgianos me hacían recordar a mis gentes, a mis paisanos los asturianos. Mi experiencia en Georgia fue úni-


Para visitar los koljoses volamos desde Moscú a Georgia. Cuando lle- gué a Tbilisi, la capital de Georgia, me sentí como un Robert Capa, pues hacía poco que había leído A Russian Journal (Un diario ruso) sobre el viaje que este gran fotógrafo había reali- zado durante un mes por La Unión Soviética, dedicando diez días a Geor- gia, en compañía de su amigo el es- critor


John Steinbeck con motivo de la creación de Magnum Photos (1947).


Recordaba yo entonces lo que Capa decía y que yo podía comprobar por mis propios ojos: “Se trata de una de las partes más ricas de la Rusia So- viética, y quizás de todo el mundo. La gente allí vestía mejor, reía más y nos daba la idea de lo que la Unión Soviética podría haber llegado a ser, sin la Segunda Guerra Muldial.” Por ello Hitler en 1942 no quiso renunciar a la importantísima y rica región del Cáucaso y a su poderoso


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ca y directa. Desgraciadamente trece años des- pués llegó la guerra y durante todo ese tiempo seguí los acontecimientos con mucho interés desde mi casa en Asturias. No me eran ajenas aquellas imágenes que nos daban cuenta de los muertos que se iban produciendo. Otra vez la maldita guerra.


Como consecuencia de aquella


guerra civi,l durante esa década la inestabilidad política dejó al país en la ruina, con una profunda crisis fi-


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