había un detalle que a mí siempre me quedó grabado en la memoria, y eran los movimientos de una palanca, que manualmente accionaba los parabri- sas. Esa maniobra, recuerdo que en alguna ocasión en que la lluvia era intensa, era ayudado por alguno o alguna que se sentase en el asiento contiguo al conductor, en una pala- bra, el copiloto. También me acuerdo de algún
pinchazo, y entonces la gente nos ba- jábamos, algunos a ayudar con aque- llas pesadas ruedas, y otros a fumar uno de aquellos cigarros de picadura, que por cierto a nadie molestaba su olor, ni dentro ni fuera del camión. Luego, y esto sí me parece re-
no se habían vendido o los de nueva adquisición. También para el grueso de los bultos iba equipado con una especie de jaula en lo largo del techo, a la que accedía el bueno y ágil de Toribín, por una inestable escalera de hierro.
No recuerdo que nadie hubiera quedado nunca en tierra en ninguno
de los viajes, pues a nadie molesta- ba hacer compañía en la parte de camión destinado a ganado, con las vacas y los cerdos que viajaban en el mismo vehículo. De asidero para los vaivenes servían rabos, cuernos o la propia lana de ovejas y carneros que tampoco protestaban por ello. El arranque era por manivela, y
levante, aquel viejo y destartalado vehículo, en épocas navideñas y por reyes, sufría una profunda metamor- fosis. Hombres, mujeres y niños, se aplicaban en engalanarlo con ramas, helechos y acebos, después de haber sufrido una profunda limpieza, por- que entonces se transformaba en la más hermosa de las carrozas. En su interior viajaban sus majestades los reyes, que por aquellos pagos, aparte de lujosas capas de pieles de cordero, a falta de armiño, y pobladas barbas, también calzaban unas vistosas ma- dreñas, muy adecuadas para los te- rrenos que tendrían que visitar en su recorrido por los pueblos del concejo. Esa imagen, los de mi generación, la llevaremos siempre grabada muy adentro. En aquel camión viajaban los humildes juguetes que íbamos a poder disfrutar por aquellos años de escasez, pero que para los niños y niñas, inocentes todavía, significaban lo más valioso que podíamos tener, y venían en aquella carroza: El camión de Toribín.
Hace poco más de un mes que nos dejó, pero estoy seguro que allá donde esté, seguirá llevando a sus vecinos ganados y regalos por las ca- rreteras del cielo.
1Monchu Calvo 18
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