LA FOTO DEL MES EN PORTADA
la luz de una luna con rostro de ceni- za que pugna por abrirse paso entre nubes somnolientas, del modo que el ritmo y la cadencia de la música se traslada a la fotografía en forma de textura cuasi mágica, como si la es- cena se resquebrajase por momentos y la improvisación sonora del saxo sacudiese la pereza del entorno silen- cioso.
El saxofón, que parece cobrar Un solo de saxofón Qué difícil conjugar música y fo-
tografía, que solamente el cine ha llevado a su última expresión. Y sin embargo, esta fotografía de Pepe Haro Castaño armoniza ambas en un difícil equilibrio. La foto se asienta en un tempo
tan lento que ha olvidado las prisas y nos acerca a una música lejana, pere- zosa, y a una luz como velada, sumi- da en su propia nebulosa, un mundo apacible y una envolvente melancolía. Luz y sonido se entremezclan y, por momentos, ceden su protagonismo a
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todo su sentido en las salas semios- curas del jazz, sonando perezosa- mente en un rincón mientras el humo de los cigarrillos da un tono nebuloso a las conversaciones apagadas, en esta foto de Pepe Haro retiene aquí su nervio sonoro y, más allá del silen- cio inherente a la fotografía, se yer- gue como protagonista indiscutible de una escena en la que los tonos en grisalla son a la vez límite melódico y apuesta visual. Por razones que sólo el psicoaná- lisis podría deslindar, al contemplar esta foto que tanta tranquilidad trans- mite, me viene sin embargo el recuer- do de Charlie Parker, aquel intérprete, a la par genial y autodestructivo, que consiguió como ningún otro arran- carle a su instrumento todas las posi- bilidades del swing en un “auténtico contacto con la melodía aunque solo fuera en un fragmento, como un roce ardiente e inesperado, frágil e inolvi- dable.” (Fernando Navarro) Igual que esta foto concentra todas las posibili- dades de esa luz de atardecida, entre turbia y cenicienta, en una apuesta de sombras que va más allá de los lími- tes del sueño: como en el jazz, como en el sonido gimiente y cansado del saxo, el fotógrafo se ha situado en el filo de la cuchilla y camina con los ojos entrecerrados, buscando el vérti- go, sorteando las muchas posibilida- des del desequilibrio. Consiguiendo, en fin, arrancarnos un suspiro en el momento mismo en que calla la mú- sica y el dedo abandona el botón del disparador.
1Francisco Trinidad
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