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puerto de Moscú reformado para los Juegos Olímpicos. La embajada rusa de Madrid donde me facilitaron el visado había cometido un error di- fícil de detectar por mi parte dado mi total desconocimiento del ruso, pues a continuación de mi nombre ponía женщина (Hembra) en vez de мужчина (Varón), así que no era de extrañar el recelo que el guardia de aduanas tenía hacia mi persona, al tiempo que daba y daba vueltas a mi visado y hacía llamadas constantes por su teléfono. Al poco tiempo lle- gó otro guardia, que también le daba


A la izquierda, una de las estacio- nes del Metro de Moscú.


Abajo, José Luis Cuendia, “Guendy”, en el parque Lenin, de Moscú


rusos…; con León Tolstói no pude, pero me apasioné con las lecturas de Chejov, Dostoiesvsky, N. Gógol, Boris Pastemak y, sobre todo, con el escri- tor que en aquel entonces más me conmocionó, Máximo Gorki, con Los bajos fondos y Pequeños burgueses, pero sobre todo con La madre. Mi idea de Rusia estaba muy in- fluenciada por la literatura que hasta entonces había leído. Ahora se me presentaba una oportunidad de oro para visitar este inmenso país, que


pocos años después asistiría a su desintegración como Unión Soviética. Hacía tan solo un mes que había reci- bido una invitación de la OIT a través de su sede en Ginebra para visitar dos países antagónicos en sus economías y en sus diferentes medios de explo- tación relacionados con los transpor- tes y las comunicaciones. Los países serían Suecia y la Unión Soviética. Bueno, pues allí me encontraba


yo, un mes después y con mi pri- mer problema en el flamante aero-


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