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La guarida de los honderos por José María Ruilópez La historia no es más que una sensación de pasado que se traslada hasta el presente sin sonrojo alguno. El


aderezo de la duda se convirtió en un reto para los redactores de lo inútil, buscando allí donde las fuentes se habían secado ante la aridez de los siglos, y la realidad se fue agotando por sí misma bajo el empuje de las creencias o el flagelo de los discrepantes. Cueva, refugio, gruta, escondite, qué más da. El caso es que se trata de un lugar recóndito y sintomático de


una identidad. La leyenda y el folklore populares se han encargado de redactar un informe oficioso del lugar. Un referente geográfico al que acude la gente en algún momento como si de una Meca rural y cristiana se tratara. La cueva es el resultado de miles de años de aguas caprichosas sumidas en el azar de la naturaleza. No hay


que ver en ese agujero sintomatología mística. Ni reminiscencias divinas. Todo ello se mantuvo como fue en un principio hasta que Pelayo anduvo por allí guerreando con los musulmanes en un encuentro dispar y disparatado. Transitar por las llanuras castellanas y toparse de pronto con lo escarpado de las montañas astures acaba


convirtiendo las alturas en vértigo inalcanzable. Así lo debieron sentir los islámicos en su guerra de religión al querer conseguir aquel lugar donde las águilas eran dueñas de los riscos y los naturales una especie de rufianes asilvestrados que trepaban por las rocas calizas tatuadas con manchones negruzcos hasta donde las cabras daban la vuelta. El chapaleteo de la cascada invernal se convirtió en un silenciador para las palabras y un bálsamo defensivo


para los refugiados en los balcones del roquedal. No hubo tregua, seguramente, en el intercambio de agresividad y fuerza. Los invasores declinaron llegar allí donde sólo podían encontrar unas docenas de hambrientos barbudos escuálidos, aunque expertos honderos en el tiro inclinado de sus cantos rodados. Sobre la épica de aquel momen- to se formó el cimiento de todo lo que vino luego en construcciones, aledaños, rezos, gastronomía, peregrinaje y negocio.


Gijón, noviembre de 2013 Luz y Tinta - 53


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