de 84 km. de Oviedo en la falda de los Picos de Europa, en un lugar de auténticas belleza na- tural, con una flora exuberante y una fauna en consonancia, no en vano al entorno de Co- vadonga se le ha denomina- do el “reino encantado de las águilas y de los rebecos”. Pero, además, en Covadonga, según todas las crónicas y leyendas, se inició la Reconquista. En la cronica de Alfonso III
Covadonga está a poco más
puede leerse que “
...Pelayo, habiendo conseguido escapar a los musulmanes y refugián- dose en Asturias, es elegido rey por una asamblea, y organiza la resistencia de los asturianos en el monte Auseva, en la "cova dominica" (Covadonga). Contra él marcha un ejército innumera- ble, mandado por Alcama, com- pañero de Terec, y con el que va también Opas, hijo de Witiza y metropolitano de Toledo o Sevi- lla, quien mantiene con Pelayo un dramático diálogo. Fracasa- da la mediación intentada por Opas, comienza la batalla; pero la flechas y las piedras lanzadas por las hondas se vuelven para herir a los atacantes, que aca- ban por huir quedando Alcama muerto y prisionero Opas. Al bajar los fugitivos el monte Au- seva, para alcanzar Liébana, un monte se desplomó sobre ellos, muriendo 63.000 caldeos...” A partir de ahí, y a falta de otros datos y fuentes, comien- za a entretejerse la leyenda de Covadonga y de Pelayo, enri- quecidas ambas por un pruri- to de grandonismo asturiano —“Asturias es España y lo de- más tierra conquistada”, se ha dicho desde entonces— y por un sustrato religioso que lo en- vuelve todo. De nuevo Pelayo, ese rey astur de perfil desvaído en la historia, pero de presen- cia innegable en todas las le- yendas, nos lleva de la mano al descubrimiento de la cueva y, dentro de ella, de la imagen de la Virgen de Covadon, la Santi- na, patrona de Asturias. Pare- ce ser que suyo, de Pelayo, fue el descubrimiento de la cueva y, dentro de ella, de un ermita- ño que practicaba el culto a la
52 - Luz y Tinta
Niño y una rosa de oro y que es la que aún luce en el lugar, con el paréntesis de la guerra civil española: manos piadosas la hicieron desaparecer de su pedestal y la llevaron a la en- bajada de España en París, de donde fue recuperada en 1939. Aparte de la cueva, y como
Fray Ramón Martínez Vigil (1840-1904). Nacido en Tiñana, Siero, aunque a los seis meses de su nacimiento se trasladó con su familia a Laviana, concejo al que siempre estuvo muy unido. Ingre- só en el convento dominico de Ocaña, y posteriormente fue en- viado a Manila, donde comenzó a consolidarse su carrera eclesiásti- ca. En 1884 fue nombrado Obispo de Oviedo. Fue un obispo muy ac- tivo: impulsó y finalizó las obras de la Basílica de Covadonga, junto con otras muchas iglesias parroquiales. Escribió algunas obras de su ministerio y sostuvo una sonada polémica con Leopol- do Alas, Clarín, con motivo de la publicación de La Regenta.
virgen María. Desde entonces, la tradición ha instaurado un altar —Altar Mayor es el título de una novela de Concha Espi- na dedicada a este lugar— en este lugar y la religiosidad que lo envuelve ha llevado has- ta él a miles de peregrinos de todos los lugares, incluído el papa Juan Pablo II que la visitó solemnemente en agosto de 1989. Ya en tiempos de Alfonso I,
el Católico quien, y para mejor conmemorar la controvertida victoria de don Pelayo sobre los musulmanes, se mandó cons- truir en la cueva una una capi- lla dedicada a la Virgen María que, como estaba edificada de madera fue destruida por un incendio en 1777, destruyen- do a su vez la talla original de la Santina, que fue repuesta al año siguiente por otra talla de madera policromada en la que la virgen María sostiene al
no podía ser menos, en Cova- donga se levantó a finales del siglo XIX una impresionan- te basílica, en caliza rojiza, y cuya foto abre estas líneas. Los primeros proyectos da- tan de 1877, encargados por el obispo Sanx y Forés a Roberto Frasinelli, conocido por “el ale- mán de Corao”, un visionario romántic que, a más de dibu- jante y arqueólogo, fue mon- tañero, naturista, cazador y con el proyecto de la basílica de Covadonga pretendió dotar al lugar de un empaque que ex- cedió su capacidad. Su proyec- to de un templo espectacular, con tres navez y cuatro torres, hubo de ser abandonado por limitaciones técnicas que años más tarde, a impulsos del obis- po fray Ramón Martínez Vigil solventaría el arquitecto Fe- derico Aparici y Soriano (1832- 1917), con la colaboración del arquitecto Mauricio Calvo. Su inauguración se llevó a
cabo en 1901 y desde enton- ces Covadonga acrecentaría su atracción como lugar de pere- grinación religiosa, que en los últimos años, con las nuevas comunicaciones y el impulso del turismo como actividad económica de primer nivel se ha visto sensiblemente incre- mentada. Al atractivo religio- so se une, cómo no, el señue- lo montañero, el tirón de los Lagos de Covadonga, a cuyo concurso ha contribuido la épi- ca ciclista de la Vuelta Ciclista a España que periódicamente programa finales de etapa en su entorno, y sobre todo la ma- gia de la naturaleza asturiana que aprovecha cualquier res- quicio, sea religioso o profano, para colarse en el imaginario colectivo de turistas o depor- tistas, de viajeros o peregrinos.
Francisco Trinidad
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