Como es habitual, cuando una coge el autobús todos los días, a la En el suelo marcamos dos rayas
en formas de “T” con dirección a nuestro sitio, donde posicionaremos los zapatos y las referencias de topes. El resto ya se puede imaginar:
pongo zapatos solos, quito zapatos y me los pongo, después yo con za- patos y etc, etc, etc… Pero hay que acordarse de que en una de las fotos habrá que hacerla con sandalias o puestos sobre un suplemento y que se vean los dedos de los pies (por su- puesto que estén recién lavados y las uñitas cortadas). Ahora solo queda acoplar las imá-
genes como mejor se quiera, bien clonando o bien cortando y pegando y borrando luego los sobrantes de las distintas capas.
El modelo utilizado para esta oca-
sión no cobró ni se me quejaba, aun- que lo escuché decir: “Joder, otra vez haciendo el puto gilipollas “. ¡Que se fastidie y hubiera estu-
diado! Por cierto, y solo para aquellos que lo hayan leído todo, tengo que decir que la figura del modelo y por petición expresa del mismo, ha sido filtrada y licuada por Don Photos- hop en cintura y hombros, porque su doble de persona es mas parecido a Buda y porque no quería quejas del “¡ah, ah, ah...!” de la Risa.
Ricardo González, “Completu”
misma hora y en la misma parada, acaba familiarizándose con los con- ductores de autobús, que también suelen hacer su jornada con el mismo horario. Y más cuando el conductor llama la atención por alguna carac- terística especial, como aquel joven que apareció un lunes y en el que me fijé mientras subía: rubio, de mirada cálida, con unas gafas muy pareci- das a estas mías y con una mancha ovalada en la mejilla derecha. Debía de ser nuevo porque su uniforme parecía flamante y su sonrisa, abierta de par en par. Coincidimos durante tres días, sin más relación que el mutuo inter-
cambio de miradas y sonrisas, aunque en una ocasión quise entrever que me observaba a través del espejo retrovisor del interior del autobús. Al cuarto día, llovía cuando llegó el autobús. Había comenzado a lloviznar mientras yo me acercaba a la parada, pero al llegar al destino era un di- luvio. Me acerqué a la puerta de salida, mirando con temor lo que se me venía encima, cuando el conductor, con aquella sonrisa inmarchitable, me ofreció un paraguas. Al principio, me negué, lógicamente. Pero él in- sistió. “Tómalo o te pondrás perdida. Ya me lo devolverás otro día”. Tam- poco era cosa de ponerse a vislumbrar posibilidades con el temporal que me esperaba fuera, así que di las gracias tímidamente y salí abriendo un paraguas de color burdeos que acabó librándome de una buena moja- dura.
Durante varios días más llevé el paraguas conmigo para devolvérse-
lo al conductor, pero no apareció. Seguramente le habían cambiado de turno. Así que, cuando me cansé de acompañarme de un paraguas que no me hacía falta, acudí a las oficinas de la compañía de autobuses y di la descripción del conductor al señor que me atendía. Por aquellas carac- terísticas no lo conocía. Insistí en la mancha ovalada de la mejilla. Pero nada. Así que tuve que relatarle de nuevo la historia del paraguas y repe- tirle los días y las horas en que lo había visto para que buscase en las hojas de ruta. “Genaro —dijo al cabo de remover aquellas hojas—, y has tenido suerte, ahí lo tienes”. Pero el tal Genaro, que aseguró conocerme de la ruta (también él a mi me resultaba familiar), nada sabía del paraguas ni de aquel conductor rubio con una mancha ovalada en la mejilla. Así que no insistí, por temor a que comenzaran a dudar de mi estabilidad mental y salí portando aquel paraguas con una sensación de inestabilidad que me dura todavía hoy, en que tengo en mi paragüero un estupendo ejem- plar color Burdeos, que habrá de acompañarme el próximo invierno, y, en mi imaginario personal, un nuevo fantasma que hará las delicias o despertará la hilaridad de mis nietos cuando, dentro de unos años, como toda abuela que se precie, tenga que entretenerles contándoles episo- dios de mi vida.
F.T. Luz y Tinta - 31
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