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teojos y tenía una cara de asceta. Provenía como loco, sino como filósofo. “Todos los
de una conocida familia santandereana y políticos –exclamaba una vez– afirman
había estudiado en el antiguo colegio li- que son de buena tela y pinta firme; pero
beral de San Bartolomé. Vendía libros sus telas se deshacen en breve y sus pin-
viejos, sabía lenguas modernas y había tas se destiñen a la primera lavadura”. La
alcanzado una no vulgar erudición. Pero a gente le tenía una verdadera piedad al en-
trechos perdía la cabeza y entonces hacía fermizo orador, el cual era dulce y amable
de cada esquina una tribuna. Quizás la es- en sus horas normales; cuando murió en
casez de recursos contribuía a este estado el hospital, parecía como que un pedazo
de locura. En la Calle Real hallaba su más de Bogotá se había marchado con su loco
selecto público, y era tan extraordinario más querido.
el culto que este loco le rendía a su patria, ¡Quién pudiera, ahora que el sol
que no hubo problema alguno de los que a debilita su lumbre y avanza la noche, po-
ella atañen que no tocara las más íntimas nerse en fraternal comunicación con estos
fibras de su corazón. Expresaba ideas des- locos que fueron el encanto de otros días;
lumbrantes de verdad, y si hubiera nacido oírles de nuevo sus confidencias de dulces
en otro país, no habría sido considerado y pasados tiempos, y, olvidando todas las
angustias que preceden al reposo postre-
ro, hablar con ellos de esa ciudad desapa-
recida que alegraron con su mímica y re-
gocijaron con su noble existencia!
Sobretodo largo y viejo, de color
indefinible, las narices ídem y la boca os-
cura y honda, cada pie como una piedra,
bien cuadrada o bien redonda, una tabla
como suela de un calzado ultraimposible.
De su edad y generales no hay ninguno
que responda; cara y risa de un estúpido a
las burlas insensible; inventor de trampas
raras de un valor indiscutible, y con mu-
cha más malicia que Miguel Peñarredon-
da. ¿Fue un filósofo? ¿Fue un necio? Yo he
pensado solamente que por no seguir sus
máximas se ha perdido mucha gente que
coger pretendió tigres donde tigres no
existían; y que a veces del corrillo, donde
todos se reían de invenciones y trampas,
se alejaba lentamente y riendo de los ton-
tos que por tonto lo tenían.
Una de las características más
enojosas que tiene Bogotá es el odio que
cierto grupo de hoscos puritanos le tie-
ne a la alegría, que es el agua pura de las
almas buenas. No creemos que se haya
extinguido tan oscura y perturbadora
especie: quedan aún muy amenazantes
ejemplares. En Bogotá todo estaba antes
metido, los gestos, los ademanes, el paso,
la voz, la carcajada. Hoy son más francas
y fáciles las relaciones sociales, pero, en
El doctor Eduardo “el cambio, eso sí, la educación y la cultura han
loco” Arias reparte
sus panfletos satíricos
descendido en un cincuenta por ciento.
sobre el conflicto con el
Perú, en 1911.
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