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ta, porque, entre otras cosas, ello nos permite desmontar creencias victimistas acerca de las intenciones negativas de los demás cuando realizan acciones o muestran com- portamientos que nos hacen sentir agredidos. Ni siquiera el acto más cruel, más despia- dado e injusto, carece de una intención positiva en la cabeza de quien lo lleva a cabo. No se trata de compartirla, ni de estar de acuerdo con dicha in- tención; pero, indudablemen- te, si la persona que comete dicho acto no lo considerase positivo por alguna razón, no lo haría.


¿Y qué intención positiva podrían albergar los ladrones que clavaron su navaja en el ojo de nuestro primer prota- gonista?, podría preguntarse alguno de vosotros. Pues no lo sé, no los conozco y por supuesto no me caen bien ni les disculpo. Puede ser que su intención fuera comprar- se unos pantalones mejores, beber vino los próximos tres meses a costa de su víctima o parecer los más machotes de su pandilla. Ni lo sé, ni me interesa. Pero de lo que no tengo duda es de que ellos lo consideraban positivo, y por eso lo hicieron.


Cuando me siento agredido por otra persona, cuando con- sidero que las acciones que está realizando me dañan de algún modo, un buen ejercicio es pasar este filtro. No se trata de ser blando, patológicamen- te comprensivo, o de excul- par por sistema a las malas personas; se trata sólo de


hacer algo con los demás que sistemáticamente hacemos con nosotros mismos, y es juzgarlos no por sus hechos, sino por sus intenciones. Repito, hasta las acciones más incomprensibles en apariencia suelen tener detrás buenos motivos en la cabeza de quien las ejecuta.


colaboradores, puede ser sólo la parte visible de alguien comprometido hasta el alma con un proyecto, y que úni- camente quiere el beneficio operativo y económico de la empresa, aunque sus formas no sean las más efectivas. Entender la realidad desde este punto de vista quita mu- cho estrés a la vida, y facilita desarrollar relaciones mucho más humanas y amables con nuestro entorno. Pero no es fácil de aceptar, ni siquiera para los que vivimos de ello.


Trataremos de aclararlo próxi- mamente.


Como soy consciente de que estas afirmaciones no son fá- cilmente aceptables y desafían los cimientos morales más profundos de muchas per- sonas, dedicaré otro artículo por completo a trabajar so- bre ellas, y exponer cómo los coaches utilizamos este tipo de patrones para desmon- tar creencias limitantes en muchas personas hacia sus clientes, jefes, compañeros o parejas. Un cliente maleduca- do o incómodo, que exige un descuento o pide incansable- mente un trato preferencial, suele esconder detrás de su comportamiento a una perso- na enamorada de una marca, que tan sólo busca sentirse diferente. Un jefe meticuloso, que corrige dato tras dato y fiscaliza continuamente a sus


Iván


Yglesias-Palomar Director de


Desarrollo de Negocio de Atesora Group


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