me el dolor que habría teni- do que sufrir al hacerse una lesión así.
Y me contó su historia. Al parecer, este señor había sido dibujante en la Fábri- ca Nacional de la Moneda y Timbre, de los que hacen los grabados con los que luego se imprimen los billetes, títulos de Bolsa y demás certificados oficiales. Una noche, cuando regresaba a su casa después de su jornada laboral, fue asaltado y golpeado en la calle por unos ladrones que le inti- midaron con una navaja, con tan mala fortuna que en uno de los forcejeos el cuchillo le rasgó el ojo.
Ese buen hombre había per- dido en el atraco mucho más que el dinero que podía llevar encima, perdió la forma de ganarse la vida. Al carecer de uno de los ojos se pierde la vi- sión de profundidad, y, según me comentó, esa cualidad es imprescindible para realizar dibujos cuyos complicados entramados, arabescos y filigranas tienen precisamente la misión de simular tridimen- sionalidad para dificultar las falsificaciones.
Luego me contó más cosas, la enfermedad de su mujer, la ruina progresiva, lo dura e ingrata que es la vida… Reco- nozco que me conmovió de veras, quizás porque me vi más identificado en alguien que hasta hace poco gozaba de un estatus parecido al mío, sin lujos pero acomodado a fin de cuentas. No sé. Saqué el billete y se lo puse en la mano. Para una econo- mía como era la mía en aquel momento, os aseguro que una limosna de 30 € era un esfuerzo mucho más que signifi- cativo, y sin duda él lo percibió así. Porque no daba crédito a lo que estaba pasando, y, tras preguntarme si era una broma, su reacción fue arrodillarse y comenzar a besarme la mano una y otra vez, ante mi estu-
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por y las miradas sorpren- didas de los viandantes. Yo, medio avergonzado y medio divertido, le levantaba aga- rrándole de un codo mientras quitaba mi mano de su boca, diciéndole que gracias, que ya estaba bien, que lo dejara ya. ¡Qué agradecimiento! ¡Qué tranquilidad experimentó con certeza ese hombre durante un par de días! Os aseguro que el regalo que representó aquel billete fue mucho más valioso que el dinero que suponía, y hablo tanto de él como de mí.
El regalo que representó aquel billete fue mucho más valioso que el dinero que suponía, y ha- blo tanto de él como de mí
Si pensáis que lo que movió mi compasión en aquella oca- sión fueron las condiciones particularmente emocionales de un sujeto con una triste historia de alguien venido a menos, debo decir que no creo que fuese así. La autén- tica respuesta, y el motivo por el que estoy escribiendo este artículo en una revista como Talento, me la dio un buen amigo unos años más tarde, en otra circunstancia relativa- mente similar.
Una década después de lo que os he contado, varios amigos que tocábamos en un
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