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todo su ser, hasta el último momento rechazó la posibilidad de ese suicidio colectivo. Pero la guerra era una realidad y


¿qué iba a hacer un húngaro, que solo chapurreaba el francés, con una má- quina fotográfica en la calles de un París en guerra? El tres de septiem- bre, aprovechando un encargo de la revista para la que trabajaba, cogió su mochila y tomó el tren con destino a Portugal. Un tren en el que además de los franceses que abandonaban la capital, había multitud de refugia- dos de todas las clases. Judíos que continuaban su huida desde el este, pobres, ricos, bailarinas de “alterne” de todas las nacionalidades, entre ellas húngaras, polacas y rumanas. Familiares de gente que iba al en- cuentro de padres y maridos que se encontraban ya en América. Nicolás Muller lo describe bien: “Todos noso- tros, como ratas, huyendo del barco que ardía”. “El paso del tren, a través


12 - Luz y Tinta


de una España en ruinas me impre- sionó. Tuve que pensar en la Francia que admiraba y aprendí a amar sus ciudades, catedrales y castillos. ¿Los dejaría la guerra en ruinas parecidas a las de la pobre España?¿Iban a es- tar allí los símbolos fascistas en aque- lla Francia, patria de las libertades? ¿Ondearían igual que en esta España vencida? Imposible. Nicolás pudo continuar viaje has-


ta Lisboa, en donde Paul Katona y su mujer Kati le esperaban con los bra- zos abiertos. Paúl había sido en Hun- gría abogado de la Editorial Athae- naeum y le conocía de nombre. Dejando la Francia oscura y tris-


te, atravesando la España en ruinas, y tras un confinamiento en un Vilar Formoso de miseria, la Lisboa de oc- tubre de 1939, era una ciudad alegre y con vida, a pesar de cómo recuerda el maestro, no se veían mujeres en la calle y pesar de que los portugueses iban todos vestidos de luto, con tra-


jes negros, corbatas negras, zapatos negros y caras de pesar. Al poco tiempo de estar en Lis-


boa cuando aún estaba arreglando los permisos de residencia, fue dete- nido junto a sus compatriotas, fueron conducidos a la sede de la PIDE, don- de les tomaron la huellas dactilares, fotografías y conducidos a la cárcel. Días después fueron llevados de


nuevo a la sede de la PIDE, les hicie- ron firmar un papel donde se com- prometían a abandonar Portugal en el plazo de quince días. El único lugar al que se podía via-


jar sin tener visado era Tánger. Había guerra y sólo unos pocos días antes había estado en Portugal Himmler, para dar buenos consejos a la PIDE. Total que el temor de siempre volvió. ¿Habría algún lugar en donde uno pudiese vivir sin ese temor? Próximo destino Tánger. Nicolás


Muller, cuando recuerda los siete años vividos en Tánger, los recuerda


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