(Despiertos), que así se llamaban los que años más tarde conoceríamos como los nazis; y no se olvida cuan- do con 6 años a la salida de la escuela dos mozalbetes le atacaron con pa- los, le pegaron y le insultaron llamán- dole “judío apestoso”. Recuerda que no lloró hasta llegar a casa, en donde su madre le desnudó, le lavó la san- gre y la vio llorar. Y cómo al padre de su prima preferida, Irene, el tío Mis- ka, que era la persona más querida y respetada en Orosháza y en donde tenía la mejor farmacia, fue apalea- do en aquella ocasión por las fuerzas de ocupación rumanas (los llamados “dozechechinch”). Nicolás Muller vi- vió siempre, según cuenta, con esos temores y la sensación de provisio- nalidad y muy pocas veces dejó de atormentarle. Cuenta Muller que el día que Hit-
ler entró en Viena, sin tardar su padre le llamó para decirle que se prepara- ra para marchar, estaba claro que su
10 - Luz y Tinta
mundo de un día para otro daría el gran vuelco. La preparación para la huida no
era difícil. Un pequeño baúl, una maleta y su máquina de fotos fue- ron todo su equipaje. Así empezó su éxodo que duraría más de diez años, hasta que por fin le empezaron a salir raíces nuevas, cuando con treinta y cinco años llegó a Madrid, con mujer, hijo y medio, dos Rolleiflexes y unas cuantas fotografías para buscarse un sitio bajo el sol. Su primer destino de emigración
fue París. Para evitar pasar por Aus- tria, ocupada por los nazis, tomó la dirección sur, hacia Italia. Nicolás Muller comenta su pri-
mera experiencia en la fascista Italia: paseando delante del palazzo Duca- le vio a un mendigo harapiento que dormía entre las palomas. Le pareció una foto interesante y la hizo. Segun- dos más tarde apareció a su lado un “carabiniero”, diciéndole que estaba
prohibido hacer ese tipo de fotos y exigiéndole el
rollo.Sacó el rollo de la cámara y lo tiró al canal. Por suer- te no hubo consecuencias, pero a lo mejor hubiera podido haberlas. De Venecia a Verona, Milán, y por fin de ahí a París. A su llegada a París la guerra civil
española tocaba su fin, faltaba muy poco para la batalla del Ebro y el úl- timo de sus amigos que se alistó en las Brigadas Internacionales nunca lo volvió a ver. Recuerda que antes de partir, la radio húngara en la guerra civil española siempre era favorable a los “nacionales”, para él y sus ami- gos la visión era un poco novelesca, sobre todo al principio. De un lado los buenos: Azaña, Largo caballero, y Miaja. Del otro los malvados suble- vados: Franco, Queipo y los moros. A medida que la contienda avanzó hacia su desenlace, el bombardeo de Guernica, la Legión Cóndor, las tro- pas italianas, etc. Ya se veía claro lo
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