Uno de los poemas de Octavio
Naci cuando florecen los tilos Allá al pie de la peña brava Donde anidan los mirlos Allá donde la niebla resbala Donde retozaban los cabritillos Allá donde crecen el cerro y la argaña Donde los brezos se ven floridos Asomando por entre la nieve blanca Allá donde hay ríos con molinos Y fuentes de agua, cristalina y clara...
instrumento podudiera ser capaz de comunicar tantas cosas. Fue una grata experiencia que se
ser capaz de remover lo que tú crees inamovible, y te arranque de una tie- rra que la llevas grabada para siem- pre en el corazón, pero a la que cada vez es más difícil extraerle sus frutos y vivir de ella. En Caso se empapó de paisaje,
se asentó en mi casa de Bueres, a la que conocía por tantas fotos que ya le resultaba familiar el paisaje. Como sé que le gusta contar historias de “monte”, le preparé una velada en un bar de Soto de Caso, donde con- voqué a vecinos y amigos, muchos y muchas seguidores como yo de las redes donde publica. Y el bar se llenó expectante para escuchar a Octavio,
44 - Luz y Tinta
buen orador, por cierto. La conferen- cia, por sorprendente que parezca, verso, sobre el uso del “turullu”*
en la
comunicación entre pastores. Como lo llevaba preparado para ello, expli- có mediante sonidos lo que quería decir cuando se insuflaba aire en el extremo del cuerno de cabra, y las di- ferentes tesituras que se conseguían con solo modificar la posición de los labios. Huelga decir que el público, mayoritariamente ganadero, nunca había pensado que aquel humilde
* “Turullu”: cuerno de cabra por donde se sopla emitiendo sonido.
acompañó al día siguiente con una visita a uno de los lugares de refe- rencia del Parque de Redes, como es la majada de Brañagallones. Todos nos fijamos en la mirada incrédula de aquel hombre acostumbrado a la fra- gosidad de sus montañas, contem- plando la soberbia belleza de nues- tra vega por excelencia. Allí, ajenos a todos, pastaban vacas y caballos, que nuestro amigo acarició como si de viejos amigos se tratasen. Se habló con los pastores, cómo no, de vacas, de pueblos, de abandono… Y como colofón que de alguna manera rompía la armonía de tanta belleza, vimos el apesadumbrado gesto de un pastor que venía de identificar los restos de un ternero al que habían comido los lobos en la majada de Merecueria. Esta escena es la que te- nían que vivir tantos que abogan por el crecimiento indiscriminado de es- tos animales. Dejando aparte el valor económico de lo perdido, es la impo- tencia que sienten ante un enemigo para el que no tienen armas con que luchar. Esta es mi opinión que no pre- tendo que sea compartida, pero en la que creo. Quizás cuando no se vive de cerca se pueda pensar de forma contraria. Esperemos que las cosas se resuelvan si no a gusto de todos, sí de la mayor parte. Después de este mal trago, com-
partimos empanada y el agua más rica del mundo en una de las fuentes de aquellos hermosos parajes.
Monchu Calvo
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