Mujer emocionada ante la casa de Mandela
abolición del Apartheid, y nos brin- dó una prueba de que el hombre no tiene por qué estar condenado a per- derse en la barbarie. En un mundo en crisis, con ausencia de liderazgos po- líticos de altura ante los desafíos de nuestra época, es un ejemplo y su luz es cegadora y abrumadora “A odiar se aprende –escribió-. Y
si es posible aprender a odiar tam- bién es posible aprender a amar”. El mundo necesita de hombres así, que con su impronta irrumpan en el presente dotados de una compren- sión muy superior a la naturaleza de nuestros conflictos. Así que cuando nos abandonan en cierta medida nos sentimos huérfanos todos, es como si se apagara en parte la luz que en su día iluminó el camino. Qué falta tiene el mundo de Mandelas. Su muerte y las ceremonias fú-
nebres en su honor con presencia de los mandatarios de casi todo el mun- do, sirvieron para poner de relieve una vez más los cinismos y las hipo- cresías de los dirigentes mundiales. Obama, Camerón, Hollande, Merkel, Putin,
R.Castro, esos, los responsa- bles de tantas guerras y muertes en el mundo, llegaron a Johannesburgo para manifestar que Mandela era un símbolo de la libertad, la que duran- te tanto tiempo le negaron mientras eran cómplices del Apartheid, Ingla- terra y USA sobremanera. Cuando Obama visitó la cárcel donde estuvo preso Nelsol Mandela dijo: “El mun- do agradece a los héroes de Robben Island, quienes nos recuerdan que no hay grilletes o celdas que puedan igualar la fuerza del espíritu humano”. Por qué no pregunta a los presos de Guantánamo si las celdas y los grille- tes igualan o no la fuerza del espíri- tu humano. Porque ellos sí saben de eso.
Todos aplaudieron a Mandela,
incluso sus enemigos, pero ¿cuántos de los allí presentes en aquel mul- titudinario y mega funeral son sus seguidores? Homenajear al difunto no se hace mediante cartas de con- dolencias o viajes a Sudáfrica para hacerse fotos con el cadáver del fa- llecido para luego utilizarlas en sus campañas electorales. Homenajear a Mandela cosiste en luchar, y pro- teger su gran legado histórico. Todos
18 - Luz y Tinta
los palmeros allí reunidos alabaron su figura y obra pero ninguno de ellos predicará ni pondrá sus obras y ejem- plos en práctica. Por ello, no creo ni en sus solidari-
dades, ni en la proposiciónes de diá- logo de un león hambriento, ni en el llamado a la paz de un zorro cazando a quien quiere convertir en su vícti- ma. Por eso no creo en los falsos sen- timientos ni en las palabras hipócri- tas de los gobernantes allí reunidos. De todos los ríos de tinta con mo-
tivo de la muerte de Mandela solo creo en las acertadas palabras del Papa Francisco I, quien dijo: “Rezo porque el ejemplo del fallecido presi- dente inspire a generaciones de suda- fricanos para que ubiquen la justicia y el bien común a la cabeza de sus aspi- raciones políticas”, aunque el mismo Mandela o Madiba haya dicho, un día, lo siguiente: “Estoy seguro de que si voy al cielo me dirán, ¿quién eres? Yo diré: Bueno, soy Madiba. ¿De Qunu? Yo diré: Sí. Entonces ellos me dirán: ¿Cómo pretendes entrar aquí con to- dos tus pecados? Me dirán: Márchate, por favor, llama a las puertas del in- fierno, puede que allí te acepten”. Ese era mi Nelson Mandela. Por todo ello, ante todo el circo
organizado en torno a su homenaje me quedo con la anécdota del falso intérprete de lengua de signos. Con aquel semblante tan serio, trajeado como un pincel, con el nudo de su corbata bien hecho y con su acre- ditación oficial al cuello y al lado de Obama, cuyo discurso interpretó vete tú a saber cómo, ya que ningu- no de los sordomudos del mundo lo entendió. Esa es Sudáfrica. La de los mismos que aprovecharon la presen- cia de Desmond Tutu en el homenaje a Mandela para desvalijar su casa. Al día siguiente realizamos el
viaje a Johannesburgo, nuestro an- fitrión sería el hijo de nuestros ínti- mos amigos Jesús y Amalia con los que realizamos el viaje juntos. En- rique, su hijo, estaba trabajando en practicas a través de la Embajada Española y del Ministerio de Asuntos Exteriores en Johannesburgo, luego él se uniría a nuestra aventura por Botswana, Namibia, Zambia y Zim- babwe, pero antes, y ya en Johan- nesburgo era imprescindible visitar
la casa donde vivió Nelson Mandela en Soweto. Siempre había oído ha- blar de ese lugar como de un barrio pobre, cuando en realidad es un área urbana donde residen más de un mi- llón de personas, y con motivo del Mundial de Futbol se comunicó a tra- vés del metro urbano de superficie con Johannesburgo. Allí en Vilakazi St, Orlando West
en el número 8115 vivía Nelsón Man- dela con su esposa Winnie Madikize- la cuando le condenaron a cadena perpetua. Se casaron en 1958 y se divorciaron en 1996. Mandela publi-
Page 1 |
Page 2 |
Page 3 |
Page 4 |
Page 5 |
Page 6 |
Page 7 |
Page 8 |
Page 9 |
Page 10 |
Page 11 |
Page 12 |
Page 13 |
Page 14 |
Page 15 |
Page 16 |
Page 17 |
Page 18 |
Page 19 |
Page 20 |
Page 21 |
Page 22 |
Page 23 |
Page 24 |
Page 25 |
Page 26 |
Page 27 |
Page 28 |
Page 29 |
Page 30 |
Page 31 |
Page 32 |
Page 33 |
Page 34 |
Page 35 |
Page 36 |
Page 37 |
Page 38 |
Page 39 |
Page 40 |
Page 41 |
Page 42 |
Page 43 |
Page 44 |
Page 45 |
Page 46 |
Page 47 |
Page 48 |
Page 49 |
Page 50 |
Page 51 |
Page 52 |
Page 53 |
Page 54 |
Page 55 |
Page 56