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Evasión mental


Eran aproximadamente las tres


de la tarde, iba conduciendo en di- rección a mi casa, con esa cosita en el estómago que te dice “tengo ham- bre, échame de comer”, cuando, al llegar a una rotonda de una arteria importante cercana a Santa Cruz, me encontré con este personaje. Caminaba con paso tranquilo por


medio de la calzada como si estuvie- ra por el jardín de su casa de verano en La Toscana, observando cómo los automóviles lo esquivaban y regala- ban sus oídos con todo tipo de “deli- cias” del idioma castellano. Algunos también con gestos de sus dedos y manos (y no era el lenguaje para sor- dos). A pesar de lo que decía mi estó-


mago, decidí parar, ya que me pa- recía una situación peligrosa para el susodicho y para el tráfico en ge- neral. Me acerqué a él, no sin cierta precaución, por si acaso reaccionaba de forma violenta (nunca se sabe) y mientras le hacía señas de que se acercara a donde yo estaba pedía mentalmente al cielo que no lo cha- fara ningún coche de los que pasaban bastante rápido a su alrededor. Hablé con el hombre y le comenté del peligro de circular por donde los coches y me contestó que le gustaba ir por ahí y que nunca había pasado nada, sólo eso, sin más. Hablaba con mucha serenidad y educación,


y cualquiera que no lo hubiera visto hacía dos minutos deambular por la rotonda podría pensar que estaba to- talmente equilibrado. Una vez calmados (sobre todo


yo), le pedí permiso para tomarle una foto. Me dijo que sí con toda cortesía, corrí hacia mi coche a por la cámara antes de que se arrepintiera y posó tranquilamente al borde de la roton- da. Fruto de toda esta situación es el


trabajo que desarrollé, titulado “eva- sión mental”. Partiendo de la base de la foto


en color, lo que hice primero fue eli- minar todo el entorno de la rotonda (santa clonación), después pasar- la a blanco y negro, bajarla ligera- mente de luz (en el original era un día de mucho sol), a continuación añadirle esas nubes para aportarle cierto dramatismo que tanto gusta


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