la (única) calle principal del pueblo. Sólo siete u ocho familias viven allí, rodeadas de campo, sierras y un si- lencio que resulta casi abrumador. Mientras recorría el lugar, me cruza- ba, cada tanto, con algún poblador a caballo que me observaba con cu- riosidad, pero que indefectiblemente recurría a un tímido aunque cordial saludo, lo que reafirmaba mi opi- nión sobre la buena predisposición de la gente que habita en las zonas rurales. A medida que transcurría la tarde, yo acumulaba fotos e historias de vida de los vecinos que me permi- tían entrar en sus casas sin ningún reparo. ¡Qué diferente a la paranoia que se vive en las grandes ciudades! – pensaba, también una vez más. Así, por ejemplo, pude conversar con un matrimonio que tiene un gato enor- me que duerme todo el día (¿qué otra cosa puede hacer un gato en Iraola?), con el enfermero del pueblo, que bien podría dormir todo el día tam- bién, ya que sus servicios no son de los más solicitados, obviamente. Además, hice de “fotógrafa oficial” de una familia con cuatro hijos, a los que les hice retratos hasta del caballo petiso que tienen en el patio trasero. Fue todo un honor hacerlo, no me- nos que si estuviera fotografiando a los integrantes de alguna casa de la realeza europea. Esas fotos las tengo acá, en mi casa, a la espera de poder hacérselas llegar en algún momento. Por supuesto que me generaba
El momento decisivo Estación Iraola es uno de los tan-
tos pueblos rurales argentinos que surgieron a la vera de las vías del ferrocarril, hace unos cien años. Ac- tualmente, los trenes ya no pasan y
parece que el tiempo, en estos luga- res, tampoco.
Cuando llegué a Iraola me reci- bieron las ovejas y alguno que otro perro que deambulaban sueltos por
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un gran conflicto interior observar las condiciones de vida de la gente y estar allí sólo como espectadora. Echaba mano de argumentos del tipo “bueno, pero no se los ve mal… no están tristes, no se quejan”, para autoconvencerme de que las cosas están bien repartidas así como es- tán. Pero no logré hacerlo. En estos pueblos no hay expectativas de mo- vilidad social, no hay trabajo estable y los gobiernos no los tienen incor- porados en sus agendas políticas. La
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