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paradoja mayor es que muchos se erigen dentro de las zonas agrícolo- ganaderas más ricas del país. Ya con el sol casi chocándose el


horizonte entré al bar almacén de Iraola. Me recibió su dueño, al que ven en la foto. El lugar acusa en su desmejorado estado, los cien años de existencia. Una breve recorrida visual me permitió imaginar parte de la vida cotidiana del bar. Algunos comestibles a la venta ubicados en unas estanterías que les quedaban varios talles más grande, compartían la escena con unas botellas viejas lle- nas de telarañas. En otro rincón ha- bía una mesa de pool ahora ocupada por un televisor en desuso. Más allá, una salamandra encendida y un par de medias húmedas secándose, col- gadas de un gancho. En el mostra- dor del bar descansaban unos vasos invertidos, apilados sobre un repa- sador, esperando a los parroquianos que seguramente, se acercarían a to- mar un trago, horas después. Como pueden suponer, todo era


motivo de registro fotográfico. Es- pecialmente, el dueño del bar y su pequeño acompañante canino. Pero no parecía que fuera a tener suerte con eso…el señor no quería salir en las fotos. No quise insistir, en parte


porque ya me parecía muy generosa la actitud de dejarme hacer tomas de lo que quisiera, dentro del bar. Así fue como comencé a enfocar aquí y allá, descubriendo detalles que a primera vista no había observado. Pero, en un momento, me doy vuel- ta y me encuentro con la escena de la foto. El perrito mirándome curio- so, el hombre mirando un noticiero por televisión, y al fondo, el arbolito de Navidad. Casi sin respirar y con el dedo a punto de bajar sobre el ob- turador, le pido que me deje hacer esa toma. En ese momento, no me acordé de Cartier Bresson y su famo- sa frase (y también título de un libro suyo), obviamente. Pero, como otras tantas veces, experimenté profunda- mente el sentido de la misma. Fue un “momento decisivo” en que sólo po- día imaginar y sentir la imagen que quería guardar para siempre en mi memoria y en una fotografía. Un se- gundo después ya no existiría, pero lo efímero de su existencia no iba en desmedro de su trascendencia. Ante mi pedido, que fue casi un ruego, el señor me permitió retratarlo. Esa imagen sintetiza, en parte, lo que he escrito antes. En el pue- blo cada día es igual al siguiente. El tiempo pareciera no avanzar. Será


por eso que a los habitantes del lu- gar no les parece raro que el arbolito esté ahí plantado, en pleno julio. Días después, a la hora de pensar un título para la foto (publicada en Moldean- dolaluz, el 26 de julio de 2011), me decidí por “Todo el año es Navidad”. En una instantánea, rara vez se da todo a pedir de boca. En este caso, la toma no se realizó con los paráme- tros más adecuados. La luz ambien- te era escasa en ese sector del bar y yo tenía la cámara configurada para escenas con menos sombra. En la edición pude bajar un poco el ruido e iluminar algunas partes. Quizá sea recomendable el uso de archivos RAW para salvar esas situaciones, pero aprender a editarlos aún es una asignatura pendiente. Durante el viaje de vuelta a Tan-


dil, repasé mentalmente la tarde pa- sada en Iraola. Lo más importante, la riqueza de esas horas excedía lo que había quedado registrado en imáge- nes. Una vez más me invadía la sen- sación de traerme de vuelta mucho más de lo que correspondía. Una vez más, el término que mejor describía mi sentir era gratitud.


2Mª Bernarda Ballesteros


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