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A partir de aquí, dragones


La cabeza de Carlos era un hervidero a punto de estallar. La angustia y el mie- do dificultaban que caminara con natu- ralidad. Con el portal identificado, entra en lo que parece ser un edificio de ofici- nas un tanto envejecido y con gente que entra y sale sin ni siquiera mirarle a la cara.


Dentro un personaje con pinta de porte- ro le corta el paso. -Good morning. I have a meeting with Mr. Parra –dijo nervioso Carlos. -Second floor. Office number 13 –apar- tándose. -Thank you


En un ascensor un tanto desvencijado donde tuvo que adivinar dónde estaba el número dos alcanza un pasillo con suelo de sintasol levantado por algunas esquinas y con zonas que exhibían vi- sibles quemaduras de cigarrillos. Las paredes desnudas de cualquier tipo de adorno, más allá de apliques de los años sesenta, y cubiertas de un papel ajado y oscuro con motivos orientales. Con aparentes paredes finas se podía oír a alguien manteniendo una conversación telefónica un tanto acalorada por la in- flexiones del lenguaje y a otro tosiendo insistentemente. Andando en busca del numero 13 tuvo que tener cuidado para no pisar dos cu- carachas ya aplastadas con anterioridad y una hermana de ellas que correteaba


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nerviosa de un lado a otro por el pasillo. Carlos se sintió desubicado e hizo ama- gos mentales de dar media vuelta y salir corriendo. El contexto le era totalmente ajeno. Le sacaba de su zona de confort. Aun así pensó en la encrucijada finan- ciera en la que se encontraba y las con- secuencias familiares que tendría si no la resolvía. Era capaz de prever las no- tas de embargo que le amenazaban en los próximos meses si no disponía de lí- quido inmediato para tranquilizar a los dos bancos que le perseguían, desde ha- cía un tiempo, para cobrar sus deudas. En los dos últimos meses había vencido su resistencia a vender por debajo del precio que él firmó cuando las adquirió pero con la situación de pánico genera- lizada que vivían los mercados, ni por esas tenía ofertas en firme. Carmen no tenía ni idea de la situación límite en la que se encontraban. Las finanzas domés- ticas era algo que hace tiempo le había dejado a él, y su relación con el dinero familiar se traducía en sacar de cien en cien euros del cajero cuando necesitaba dinero de bolsillo. El resto de los pagos los hacía con tarjeta sin preocuparse nunca del estado de fondos.


De uno de los despachos salió un hom- bre de mediana edad y aspecto más bien abandonado que exhibía una cara más propia de alguien que saliera de un co- che después de haber dado varias vuel-


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