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pruebas para experimentar con di- ferentes esquemas de iluminación natural. En una pena de amor no ca- ben los colores, ni las luces altas. Las piadosas sombras siempre son bien- venidas.


Era un hecho. La toma había que hacerla un día nublado. Lo que quería transmitir a través


de esa imagen era un estado de áni- mo particular. Nada más, ni nada me- nos. Sabemos que la fotografía, una vez realizada y exhibida, se recrea bajo la mirada de quien la observa y puede adquirir significados de lo más diversos, así que habría que hacer una afinada elección de todo lo que iba a componer la escena para lograr que el mensaje fuera lo más unívoco posible. Para ello, no consideraba necesario que hubiera muchos ele- mentos; ni siquiera una figura huma- na completa. Toda la atención debía centrarse en la mano con las flores. Allí tendría que poder encontrar “se- ñales” que remitieran a sensaciones y sentimientos similares a los míos (aunque sea un poco) alguien que viviera en Argentina o a diez mil ki- lómetros, alguien de veinte años como de ochenta, o una mujer tanto como un hombre. Recién un tiempo después de haber publicado la foto- grafía me di cuenta de que, en cier-


ta medida, esto había ocurrido así. Se generó una cierta empatía con la imagen, a juzgar por los comentarios que recibí. ¿Acaso, alguien puede ti- rar la primera piedra cuando se trata de sentimientos como la tristeza por un amor que se terminó?. Volvamos al relato de los hechos que me incriminan como autora en todo este asunto. Una tarde que se perfilaba como la adecuada, por su cielo gris y tor- mentoso, le conté la idea a Sofía, mi hija y cómplice necesaria ya que la mano de la imagen es la suya. Acep- tó posar a desgano, enterada de que no suelen ser 5 minutos de modela- je, como suelo prometerle. Una vez más tuve que recurrir al argumento de que me tiene que apoyar y acom- pañar en este camino artístico que estoy recorriendo y que si no, nunca voy a llegar a ser como Doisneau. No sé cuánto tiempo más me dará resul- tado esa estrategia, lo reconozco. Sabía que gran parte del éxito es-


taba, literalmente, en manos de So- fía y traté de hacerselo entender. Evi- dentemente, yo no soy Sofía Cóppo- la, ni ella es Kate Winslet, pero una vez asumidas esas limitaciones, nos abocamos a la tarea de lograr la tan comentada fotografía. Cubrí el sillón con un pañuelo estampado en tonos


claros (el tapizado era demasiado os- curo y complicaba la toma), lo ubiqué debajo de una gran ventana que hay en el living de mi casa y configuré la Nikon D5000. Los parámetros bási- cos fueron: f/8, 1/20s, ISO 1250, dis- tancia focal 55 mm, programa de ex- posición manual y enfoque manual. Hice varias tomas (las originales a color) similares, para luego decidir- me por la que publiqué. No resultaba sencillo dar con la pose de la mano, con el gesto en sí. Que la mano más relajada, que las flores no tan apreta- das. En el sillón tenía que estar sen- tada una mujer que había decidido no avanzar más, que ya no esperaba nada del amor, al menos del de ese hombre. Que se sentía abatida, pero a la vez aliviada. Sabía que era difícil lo que le pedía a Sofía, pero después de varios intentos, llegamos a un re- sultado bastante decente o, al me- nos, fiel a la idea original. La edición posterior la hice en Photoshop CS4 e incluyó un mínimo reencuadre y vira- do a monocromo, con tonalización tipo sepia. Y no hay mucho más para contar. O sí, pero ya se hizo tarde. ¡Nos vemos en la próxima!


2Mª Bernarda Ballesteros


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