casas decrépitas, flores secas y pare- des estropeadas, sus fotografías no sólo se mantienen ajenas a la des- esperación que prefija un suicidio, sino que rezuman vitalidad, energía, poder y ansia de experimentación. Es una dualidad contrapuesta que esconde al ser que yace en ella. Francesca casi nunca enseñó el
rostro en sus autorretratos pero ex- perimentó constantemente con su cuerpo desnudo. A veces se miraba con los ojos de una mujer y otras con el deseo de un hombre, pero nunca soportó estar fuera del encuadre. Sus fotografías son pues, secretamente femeninas, sensuales, intensas, dra- máticas y desesperadas. Parecen te- jer un mundo deliberadamente enig- mático que le ha construido la fama de fotógrafa con aura maldita.
“Hago fotos de la realidad filtra- das a través de mi mente”
Su atmósfera se destaca por
crear y reflejar un búnker psicológico que cierra muchas puertas sobre su ser, pero que transmuta como pistas emotivas que se reconstruyen como pequeñas historias de un espacio in- transitable, donde nadie cabe excep- to ella misma. No se trata ni qué ni quién aparece en la fotografía, sino cómo se desenvuelve en ella. Las fotografías obtienen un relieve in- trínseco, biogenésico y proyectado hacia de cada espectador a modo de capsula hermética. Se puede volver una y otra vez a ella y encontrarle resquicios inagotables, detalles, for- mas. Son imágenes con una lectura de ida y vuelta permanente, de repe- tidas lecturas e interpretaciones. Son como ideas caligráficas lo suficiente- mente violentas de las cuales es muy difícil salir. La obra de esta fotógrafa es un viaje hipnótico a una realidad atrapante, desde cualquier punto de partida, a un tiempo sincrónico, a un espacio sereno y decaído, que a ratos parece congelado, ajeno a la vida y esperando de la muerte. Son encuadres estudiados,
donde la intención habla su propio lenguaje, acotaciones que caen cues-
ta abajo hasta encontrar la fuerza de gravedad que los compone. Son una constante cascada de planos conjun- tos, donde un cuerpo de mujer se ro- dea de los elementos de una habita- ción que pasa a ser el organismo que se deforma y mutila, renegando la identidad de una víctima en su lenta obturación de no llegar a tiempo. El lenguaje gráfico de Francesca
Woodman trata también de la tex- tura de cada imagen, de los cuerpos expuestos a las porosidades de las paredes descascaradas. Elementos físicos y precarios que incluso expe- len ciertas temperaturas de frialdad y corrosión. Son fragmentos de reali-
dad que indican pies sobre suelos de madera, corporaciones desnudas en- tre paredes, huecos y papel de flores rotas. En otras ocasiones la presencia enigmática y sutil de un cuerpo bajo una tela que apenas alcanza a cubrir- lo por completo. La iluminación que penetra en estos organismos incuba una fotografía casi fetal que termi- na por texturizar el objeto apresado en su propia inexistencia. La luz es la única que puede sortear ciertos obstáculos hasta llegar al cuerpo fe- menino puro, que “yace” en el esce- nario como entre medios de tiempos dispares.
Luz y Tinta - 75
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