viejo artefacto que mi tío Florencio había escondido en una falsa colum- na de madera del desván que se des- prendió ocasionalmente al ladear un pesado arcón lleno de ropas viejas y cachivaches sin destino. Estaba envuelto en un viejo tro-
zo de capote verduzco con antiguas manchas de humedad ya resecas; y en la misma falsa columna —un inge- nioso sistema de ocultación del arma que solo por mi torpeza acabó por descubrirse— se encontraban tam- bién media docena de cajas de mu- nición. Todo ello en perfecto estado. Al principio, me asusté, pensan- do en las consecuencias que pudiera traerme si, por cualquier eventua- lidad, llegara a conocimiento de la Falange local o de la brigadilla la existencia de aquel hallazgo. Así que volví a dejarlo en su escondite
de nuevo, ajustando bien la colum- na de madera en su emplazamiento primitivo con la idea de dejarlo allí y que se perdiera de nuevo entre los secretos del desván olvidado. Pero, según fueron pasando los días, el re- cuerdo del máuser y de las cajas de munición, despertaron en mí una red de sentimientos, de recuerdos y de dolores que, casi sin darme cuenta, me fueron llevando a perfilar el plan que, bien pensado, debiera llevarse a cabo en una fecha señalada para que fuera realmente ejemplarizante. Durante algunos días, entre el nerviosismo por el recuerdo perma- nente del máuser y los detalles del plan que iba creciendo y maduran- do involuntariamente, me dediqué a limpiarlo a conciencia. Lo desmonté y me apliqué a repasar cada una de las piezas, se diría, si no fuera un
arma de fuego, que casi con mimo. Lo hacía por las noches, con las con- traventanas bien cerradas, para no atraer miradas indiscretas y siguien- do morosamente las instrucciones que recordaba haber recibido duran- te el servicio militar. Cuando lo tuve bien limpio, esperé al domingo y me dirigí al olivar con el máuser bien oculto bajo la albarda de la mula. El olivar dista unas tres leguas del pue- blo y está perdido en una hondonada que me hizo suponer que nadie me vería. Fui además por la tarde, cuan- do comienza a vencer el sol y casi todo el pueblo se reúne en el salón de Marcial para participar en el baile al son del acordeón o compartir un rato de tertulia. Los primeros disparos, entre mi nerviosismo y el desajuste del arma, salieron desviados. Pero luego fui
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